domingo, 12 de diciembre de 2010

Habitación 212

Parte 3 de 3


-¿Puedo preguntarte yo a ti ahora? –La que empezó siendo al inicio de la noche una persona agresiva y a la defensiva, había terminado por convertirse en la persona más dulce de este planeta. Con aquella sonrisa podría haber conquistado el mundo o incluso mi oxidado corazón.

-¡Claro que puedes! Es mucho más agradable esta conversación cuando me preguntas, quieres saber de mí, tienes curiosidad y eso significa que has dejado de ser ajena.

-¿Por qué? –Me preguntó volviendo a atacar con aquella cara de niña buena.

En aquel momento me di cuenta que ahora nos habíamos intercambiado los papeles.

-¿Por qué a qué? –Jugué unos instantes con la situación.

-Sabes muy bien lo que pregunto. ¿Por qué querías saber? ¿Por qué necesitabas esto?

La pregunta era obvia y clara, ella también tenía preguntas sobre mi interés. Durante unos instantes puse en orden mis ideas. Hasta a aquel momento no me lo había planteado abiertamente, tan solo me había dejado llevar por mi curiosidad.

-Necesitaba conocer la versión que nunca se escucha, y no me refiero a esa que sale en callejeros, necesitaba que alguien que lo vive realmente me lo contara, me lo relatara y así poder vivir y sentir lo mismo. Necesitaba olvidar la imagen que siempre se tiene de este mundo, quizás incluso conocer gente que se siente digna por hacer lo que hace, conocer a alguien que es libre y se siente así de verdad.

Con la última frase agachó la cabeza y se quedó durante un momento pensativa.

-Antes –arrancó la frase con tranquilidad y parsimonia- al principio de la noche cuando me preguntaste por primera vez… no te dije toda la verdad. No me siento orgullosa de lo que hago, quizás por la educación que recibimos desde pequeños en la que se excluye este tipo de vida por amoral o inmoral, o quizás porque sea algo que de verdad nos repudia en nuestro interior independientemente de la educación… son cosas que me he planteado muchas veces. Pero sí es cierto que pese a que cambiaría mi profesión, no me siento que haga algo malo, no me siento como si fuese una delincuente. Todos los trabajos son dignos ¿verdad? O al menos eso dicen. –Me pregunta poniendo cara de cómplice- Me levanto por las mañanas sabiendo que podía haber elegido otro camino, pero que mis decisiones son mías y de nadie más.

-¿Cómo llegaste a este punto?

-La necesidad apretó mucho, no es que no tuviera alternativas, las tuve, quizás no las aproveché bien, quizás no supe jugar bien mis cartas. Lo que está claro es que no se llega un día y dices: “hoy voy a cobrar por mi cuerpo”. Es un proceso más ambiguo menos rotundo, un día lo ves y te sorprende, otro lo planteas en tu mente y te pones en su situación, otro empiezas a estudiarlo y un día te das cuenta que lo eres.

-¿No te sientes mal por hacer esto? ¿No has llegado un día y has pensado que lo dejas, que no merece la pena?

-Al principio no fue fácil, la primera vez es casi un infierno. Quitarte la ropa no es quitarte una prenda que cubre tu cuerpo, es quitarte una armadura que hasta ese momento estaba defendiéndote de algo desconocido y atroz. Dejar que te toquen y que te besen e intentar que no se vea en tu cara el malestar, es casi un imposible. Te duele cada beso como si fuesen pellizcos. Aquella noche no lloré, me resultó muy difícil pero no lloré, eso sí me pasé en la ducha varias horas, no conseguía quitarme esa sensación incómoda de estar sucia.

-Sinceramente, ¿cómo has conseguido seguir? Si tan mal lo has pasado ¿cómo pudiste seguir haciéndolo?

-A partir de la primera vez las demás, con pocas excepciones, siempre es igual, son repeticiones. Te acostumbras a todo y esta profesión es igual. Además tengo la suerte de haber creado una clientela fija.

No estoy mal y me defiendo en varios idiomas, en poco tiempo me acostumbré a estar con unos clientes determinados, los que mejor me trataban y por qué no, también elegir a alguno atractivo. Eso me da libertad para verlos como amigos con derechos, amigos que los veo de cuando en cuando.

-Sin embargo yo no estoy entre tus clientes.

-Conocerte fue diferente, muy pocas veces faltan a la cita los clientes, y esta fue una de ellas. Que estuvieras allí y que intentaras ligar conmigo fue una de esas casualidades de la vida.

-No intentaba ligar contigo, fuiste tú la que me entraste.

-¿Perdona? –Me preguntaba indignada sin dejar su risa.- Que yo sepa no soy yo la que se puso a hacer ojitos en mitad del bar…

Había abandonado ya su nerviosismo hacía buen rato para adoptar ese ambiente de amistad y complicidad, y con la tranquilidad que ya la caracterizaba, se levantó de la cama y se dirigió a la ventana de la habitación. Era de madrugada y no paraba de caer agua-nieve. A pesar de que la ventana daba a un paso de servicio cerrado por un alto muro, se quedó mirando a través del cristal un buen rato. Aunque quizás no miraba por él, sino que miraba su propia imagen.

-Algunas veces tengo miedo, -me confesó apenas sin inmutar su mirada que seguía perenne en el cristal- miedo de conocer a alguien, que me guste estar con él, que me vuelva a enamorar sentir ese fuego, pero que cuando llegase el momento, no fuese capaz de sentirle, ni a él ni a sus besos, darme cuenta que debido a este trabajo hubiese perdido la capacidad de sentir y eso me aterra.

No sé muy bien por qué, o mejor dicho, no tengo ni idea de por qué me levante de la cama, me acerqué a ella, le retiré su suave y rubio pelo y deslicé mi dedo con toda la parsimonia de la que fui capaz de armarme desde su cuello hasta donde la espalda empezaba a perder su nombre, justo hasta donde su vestido me imponía el final. Noté como el bello de su brazo se erizaba, y como su mirada buscaba una explicación en el frío vidrio de la ventana.

-¿Lo has sentido, verdad?

Me asintió con una sonrisa.

-Si has sentido esto, puedes sentir mucho más.


Con la luz suave del cielo encapotado de Bilbao me desperté aquella mañana. Como si fuese parte de la noche anterior, ahí estaba ella mirando por la ventana, con ese vestido azul oscuro apropiándose de sus curvas que volvían a marcarse en la habitación, esta vez con la luz del día y no con la tenue luz de la noche.

Se separó de la ventana con la misma energía de una quinceañera y se sentó a mi lado.

-Muchas noches han sido las que me he quitado la ropa por culpa de este trabajo, pero esta noche ha sido la primera vez que me he desnudado sin necesidad de quitarme el vestido, y no sé si darte un guantazo por esos malos ratos que a veces me has hecho pasar, o darte las gracias por enseñarme que cuando lo necesite puedo volver a sentir.

La confesión me dejó petrificado en la cama y mi respuesta salió desde muy adentro:

-Yo prefiero que me des un beso, así me darás el regalo por lo bueno que hayas podido sacar de mí esta noche y también me darás el castigo para que siempre lleve conmigo el recuerdo de tus labios.

Se acercó a mí y con la mayor de las delicadezas me dio mi ajusticiamiento: un beso, de esos que los recuerdas de por vida, no por lo que duró, ni por lo que sus labios me regalaron, sino por el fuego que me prendió en el pecho.


Habitación 212

Parte 2 de 3


Durante unos minutos permanecimos en silencio, el uno al lado del otro, como dos columnas enfrentadas que únicamente pueden verse y desear tocarse.

Al igual que los números en el despertador digital de la mesita de noche, su rostro fue mutando por momentos. La ira mostrada tan solo unos minutos antes, se fue convirtiendo en indiferencia, más tarde en una mirada fría que buscaba calor en alguna parte de mi pasividad y finalmente desembocó en un callejón sin salida.

Me levanté del sillón y me senté a su lado.

-¿Para qué me has traído aquí? –me preguntó con desaliento y pena.

-No para lo que estás acostumbrada.

-No te entiendo ¿Eres de esos que buscan tan solo un abrazo, de los que les gusta que lo escuchen o que lo miren mientras se divierte?

-No, no soy de esos.

-Pues me vas a tener que pagar igual quieras lo que quieras.

-No lo he dudado en ningún momento.

-Pero entonces ¿qué quieres de mí?

-Quiero que me enseñes.

-¿Que te enseñe? –Aquella pregunta le sorprendió tanto como gracia le hizo y durante un rato no paró de reír- Pero, que te enseñe a ¿qué? ¿Como si esto fuese el Kamasutra?

-No me refiero a eso, me refiero a que me enseñes tu vida.

-¿Mi vida? –Me preguntó abandonando por completo su risa y encendiendo una luz en sus ojos que me clavaba en el alma esperando una respuesta que le devolviera la alegría que un día perdió- ¿Qué tiene de especial mi vida?

-Todos tenemos algo especial, algo que nos hace únicos o al menos diferentes.

-Me hablas como si fuese una niña de 8 años a la que intentas hacer que se sienta especial. –Me comentaba con una sonrisa dulce que le animaba la cara y que por un instante la convertía en esa niña de 8 años.

-¿Y por qué no? Todos tenemos derecho a ser especiales.

-Yo no tengo nada de especial, soy como el resto del mundo. –Me respondía con un hilo de voz, pero sin perder la sonrisa, aunque ahora tornaba más a una mueca.

-¿A parte de tu trabajo, estudias o haces algo más?

-Estudié empresariales aquí en Bilbao.

-¿Y la acabaste?

-No, lo dejé a la mitad.

-¿Por qué?

-Me quedé embarazada y junto con mis problemas familiares, pues… estudiar se convirtió en un capricho.

-¿Había muchos problemas en tu casa?

-Pregúntame mejor que problemas no había. Mi padre nos pegaba a mi madre y a mí. Ninguna denunciamos nunca por miedo y mi madre ahogaba las penas con Jack, Cuttie y toda bebida que le pudiera desinhibir de la realidad.

-Entiendo –fue la única palabra que conseguí escupir-. Pero estabas embarazada ¿tus padres no te ayudaron o al menos tu madre?

-El día que mi padre se enteró que estaba embarazada, decidió que era una mala idea y me pegó una paliza, entre otras cosas para poder ahorrarse una clínica de aborto.

-Pero ¿y tu madre? Puedo entender el miedo, pero su hija necesitaba ayuda.

-Mi madre… -exhaló aquellas dos palabras como el moribundo a punto de morir, como si recordase con pena algo que había olvidado por completo. Gracias a dios no llegué a perder el bebé y en cuanto me pude poner de pie le dije a mi madre que me marchaba, que se viniera conmigo y que lo dejara, que podríamos salir adelante las dos juntas junto con Alejandro, mi novio…Borracha como casi siempre me dijo que de su casa no se iba y que era una puta por agradecerle así a mi padre, yéndome de casa, el que me hubiera mantenido durante toda mi vida.

-Ahora tengo miedo de preguntarte por tu novio, pero supongo que tampoco recibiste ayuda de él.

-Esperaba poder irme con él al menos, -iniciaba asintiendo con la cabeza- pero en cuanto supo que estaba embarazada no quiso saber nada de mí. La cosa se ponía complicada –me comentaba mientras sonreía igual que el que recuerda cómo perdió el autobús- me dio un poco de dinero que tenía para que abortase y me fuese lejos de él. Siempre he pensado que aquel dinero era la primera paga por mis “servicios”.

-¿No tenías a otros familiares a los que recurrir?

-No, a nadie, en mi familia siempre fuimos 3.

-No tuvo que ser fácil salir adelante. Embarazada, sin pareja ni familia y sin ningún sitio a donde recurrir.

-Pero no fue por eso por lo que entré en este mundo. –Me respondió como intentando adelantarse a mi frase- Yo elegí esta vida, para bien o para mal, fue mi decisión.

-Lo dices como si no te arrepintieses de nada. ¿No cambiarías nada de estos años?

-Si pudiera cambiar algo… cambiaría esos zapatos que me compré no hace mucho y me destrozaron los pies, –comentaba ente risas- cambiaría las últimas palabras que le dije a mi madre, cambiaría aquel novio, cambiaría el día que le dije a mi padre que estaba embarazada, cambiaría el día en que solté uno de los cuchillos de cocina en vez de clavárselo a mi padre.

-¿Pensaste en matar a tu padre?

-Como muchas y muchos que han sufrido el maltrato pensé muchas cosas, y no es que pensara en matarlo, o quizás sí, no lo sé, lo que quería era que no me pegara salir de aquel infierno, aunque hoy me doy cuenta que aquello hubiera solucionado muy poco.

-¿Y qué no cambiarías?

-A mi niña Izar. –Y en aquel mismo instante; no cuando recordó las palizas de su padre, ni cuando su madre renegó de ella o su novio la repudió, ni cuando se escapó de su casa, ni tampoco cuando se quedó sola delante del mundo. Fue en aquel preciso instante al hablar de su hija cuando sus penas gotearon coloreando las sábanas.

Al principio intenté consolarla, no puedo ver a nadie llorar, es un problema de empatía… sin embargo cuando vi que recurría de nuevo a su bolso y sacaba la foto de su hija, comprendí que lloraba de emoción, no de pena.

Me enseñó y presentó a su hija como si estuviese allí mismo: esta es mi niña Izar, Izar David, David Izar.

-Encantado -Respondí.

Se quedó mirando la foto detenidamente, e incluso las penas que arrastraban el color del rimmel parecían cesar con aquella mirada.

-¿Piensas que soy una mala madre? –Me preguntó con la mayor de las transparencias, quizás porque esperaba lo mismo de mi respuesta.

De repente sentí como si fuese una pregunta que llevase mucho tiempo haciéndose, una pregunta que la tenía en amargura y que necesitaba formular a alguien para salir de dudas de una vez por todas.

-Tu hija es una niña con suerte.

-¿Y eso?-Me preguntó extrañada.

-Tiene a una madre que lo daría todo por ella.

Y de repente mis problemas de empatía empeoraron…

Habitación 212

Parte 1 de 3


El vestido de color azul oscuro marcaba cada una de las curvas que su silueta, a la luz de la tenue luz de la lámpara de noche, rompía en la penumbra de la habitación. Se deslizaba el pelo rubio sobre la oreja mientras buscaba en su bolso algo que no encontraba o que quizás no existía. La espera, la parsimonia y mi silencio, la estaban poniendo nerviosa y ella se desahogaba con aquel trozo de tela negro, en el que, entro otras pertenencias, guardaba la foto de una niña de unos 2 años.

Sentado en el sillón de color caramelo que acompañaba al resto de la habitación, no dejaba de mirarla, entre la curiosidad y las dudas de lo desconocido, no dejaban de aflorarme preguntas, una tras otra en mi cabeza.


-¿Te puedo hacer una pregunta? -Le comenté mientras seguía trasteando su bolso.

-Claro. -Respondió sin levantar la mirada demostrando que no tenía ninguna curiosidad por mi duda.

-¿Por qué? Por tu forma de expresarte y por tu forma de hablar se puede ver que has tenido una buena educación, que provienes de una familia acomodada. Tampoco eres alguien que haya llegado al país engañada por mafias y forzada a hacer este trabajo. Quizás las drogas, pero no tienes el perfil de una mujer que haya estado tan enganchada como para perderlo todo por ese vicio por caras que hayan sido, además tu comportamiento dista de una drogodependiente y no tienes marcas en los brazos… espero que mi pregunta no te incomode.


-No. –Me respondió con una mueca de sonrisa en la boca- No eres el único que me lo pregunta, al parecer los hombres con los que salgo se lo preguntan mucho.

-¿Y qué le respondes a los que te preguntan?

-La verdad. –Me miró mientras me respondía haciendo un inciso mientras se sentaba en la cama. -Que un día encontré un camino que me aportó dinero “fácil” y unas comodidades, que yo me impongo mis horarios, mis entradas y mis salidas, que yo decido con quién salir y con quien entrar y sobre todo, que soy dueña y jefa de mi propio trabajo.

-Pero para hacer este trabajo tuviste que dejar algo, tuviste que sacrificar una moral.

-¿Una moral? ¿Qué es la moral y para qué te sirve? Personalmente pienso que eso no sirve para nada, es un escollo que separa tu vida de unas metas y que mina tu camino con salidas alternativas que al final lo único que hacen es hacerlo imposible o como poco más difícil. ¿Qué es la moral? ¿Acaso tiene más moral que yo un directivo que decide echar a cien empleados de su empresa para recortar costes y poder así comprarse un yate nuevo? ¿Acaso tiene más moral que yo el banquero que echó de su casa a una familia completa por impago de la hipoteca? ¿Acaso tiene más moral que yo el que acosa a su secretaria por un polvo? No, yo soy libre de hacer y deshacer, soy libre de hacer lo que quiera y con mi trabajo ni engaño ni hago daño a nadie, al contrario creo.


Aquel discurso, pese a tener fuerza en sus palabras, era débil, me sonó al de una persona abatida por un destino mal elegido, alguien que no había conseguido nada de lo que se había propuesto y que al final escogió una salida fácil.


-¿Tienes hijos?


Aquella pregunta la turbó, por un momento su cara se tornó seria, aquella cara recortada por su pelo rubio y suave como el de una muñeca y sus ojos oscuros se clavaron en los míos con rabia.


-No te atrevas a juzgarme a través de mi hija. El día que ella crezca y tenga la edad suficiente sabrá a qué se dedicó su madre y por qué.

-No quería juzgarte, ni mucho menos, tan sólo quería comprender y entender. -Intenté tranquilizarla mientras se levantaba airada de la cama. -Perdóname si te ha molestado, no era mi intención…

-No sé a qué juegas o qué intentas –me interrumpió la disculpa con ira- pero por ese camino no vas a conseguir nada, hagamos lo que tengamos que hacer y dejemos las charlas de sociedad para los domingos por la tarde.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Cascarrabias Corazón





Espero que me permitáis hacer una reflexión a partir del texto de un buen amigo.

Lo leí no hace más de un rato y no he podido ni dejar de reflexionar (ni de reír) mientras lo leía, ni dejar de dibujar después. Ha sido una de esas lecturas amenas que te inspiran y te hacen pensar.

La más que continua lucha épica entre corazón y mente llevada hasta su versión más pragmática y física, sin perder en ningún momento la capacidad emotiva y siendo capaz de transmitir una lógica más que aplastante.

Con el permiso del autor, hoy os redirecciono hasta su blog.


PD: espero que haya alguna que otra "entrega" más.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Luna

Te miro, me miras. Pienso que piensas lo que quiero que pienses y entonces me adentro en el bucle de mis deseos.

Le estrecho la mano y siento odio y envidia. Quizás no seas para mí, quizás no seas la ideal, pero anhelo cada momento que no he vivido contigo, recordando como un sueño las veces que no te desnudé en las noches más oscuras, iluminadas con las velas de una ciudad que me escondieron tu ser durante años.

Será el destino o quizás la suerte esquiva la que te mantuvo oculta a mis ojos o quizás la broma pesada de tenerte ahora que no puedes, ahora que no eres libre tan cerca de mí.

Un cristal en forma de hombre mantiene tus labios lejos de los míos, aunque estén tan cerca que casi los sienta, tan cerca que note tu sabor a fresa.

Eres la Luna del cielo mirando pasiva a tu siervo. Te puedo ver, imaginar y hasta tocar. Pero cada una de estas virtudes se convierten en condena cuando soy consciente que no te puedo tener, que me tengo que conformar con salir cada noche y mirar el deseo mientras beso al aire y te prometo que saldré mañana para verte de nuevo en el cielo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Donde quiera que estés

Donde quiera que estés mi memoria estará contigo,

donde quiera que estés sabrás que a mi alma, aún le das abrigo.

Donde quiera que estés te diré que nadie ubica en mí, lo que un día llenaste y perdí un mes de Abril. Que por muchas horas que pasen, ninguna será tan completa como un segundo junto a ti. Que no hay noche en la que me acuerde de tu sonrisa, sino horas en las que intento olvidarla y días en los que cada momento es un naufragio de mi vida.

Donde quiera que estés te digo y te diré, que te busco en cada historia que avivo y en cada palabra que escribo. Que no he borrado de mi mente ni uno solo de los rizos de tu pelo, aunque aún envidie al tibio viento que aquellos veranos los meció sin consuelo. Que no he dejado de pensar en tus sueños y hasta tratar de conseguirlos para ver si así te traía más cerca de mi y te arrancaba del cielo. Que te busqué sin pausa entre la gente, intentando ver tu cara a cada paso, que intenté escuchar tu voz y no decaí ni perdí la fe en encontrarte aunque a veces fuese en el fondo de un sueño o de un vaso.

Donde quiera que estés quiero que sepas, que voy a la orilla del mar cada Noviembre, justo en el mismo sitio donde tropecé por primera vez con tu aroma de jazmín y miel, de mimbre y canela, aromas que me volvieron loco y que me guiaron a través de tus pasos por la arena.

Donde quiera que estés quiero que sepas que tu ropa y tu perfume están esperándote, que por las noches se me acaban las excusas cuando me preguntan si vas a volver y al final contesto cabizbajo que no lo sé y rompo mi silencio con el mismo sollozo que cuando te fuiste, pero esta vez no grito: “no te vayas”, sino que te seguiré queriendo, aunque ya no estés.

Inspirado en “Donde quiera que estés” de Juan Manuel Serrat.

lunes, 30 de agosto de 2010

Verso en Prosa

Palabras…

Palabras que no me dejan dormir, que atraviesan mi mente de oreja a oreja, haciendo juego de malabares como circenses en monociclos y cuerdas, mientras pasean por toda mi cabeza luciendo colores que ni llegué a imaginar por su belleza.

Abro los ojos, y ya no estoy en mi habitación sufriendo el calor del Agosto.

Es de noche y estoy en una arboleda, donde el brillo gris y taciturno de la Luna me deja ver unos árboles delgados, finos, apenas mecidos por una brisa suave de primavera. Me acerco a ellos y veo que no son lo que creía, que son palabras enlazadas formando frases y poesías:

Verde que te quiero verde…-dice uno de ellos- Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias…Yo escucho los cantos de viejas cadencias, -me explica otro- que los niños cantan cuando en corro juegan, y vierten en coro sus almas que sueñan, cual vierten sus aguas las fuentes de piedra… Se equivocó la paloma, se equivocaba. -Arranca otro pidiendo protagonismo- Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era el agua. Creyó que el mar era el cielo que la noche la mañana…

Sigo con la mirada las frases desde su nacimiento, donde dejan atrás la madre tierra, hasta el cielo donde se pierden y bailan con el viento. Y tanto se pierden que se confunden las copas con las estrellas… Inalcanzables…

La Luna, celosa de tanta belleza, se pierde en el firmamento dejando sólo a las estrellas como únicos luceros. Pero como sin poder soportar el peso que conlleva iluminar la noche, caen como lluvia sobre mi cabeza, sin discernir si son las palabras hechas copas o las propias estrellas.

No me refugio de la lluvia, no quiero ser grosero ni tampoco podría. Ser bañado con la poesía es más honor que vestir cualquier medalla por quitar vidas. Me inundan las chispas que caen del cielo, las intento cazar como el cazador a la presa y me siento preso de mi propio deseo. En una nube de brillantina me doy por vencido y castigado, no se puede cazar a la rima sino ser sólo su humilde esclavo, hasta que una de ellas se posa sumisa en una de mis manos… la miro... me mira...

Y al mirar de nuevo al cielo, la lluvia se convierte en agua, me he hundido en el mar sin saberlo ni quererlo, pero ahora quiero porque no me ahogo ni me desespero, porque me rodean bancos y bancos de peces de melodías en verso:

Háblame del mar, marinero. Dime si es verdad lo que dicen de él. Desde mi ventana no puedo yo verlo. Desde mi ventana el mar no se ve. Háblame del mar, marinero…Aquí, en esta orilla blanca del lecho donde duermes, estoy al borde mismo de tu sueño. Si diera un paso más, caería en sus ondas, rompiéndolo como un cristal…Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste, ese rizo voluble que ignora el viento, esos ojos por donde sólo boga el silencio…

Nado y buceo detrás de los bancos, sin saber si van o si vienen, sin saber si es mejor seguirlos o esperarlos. Tengo que alcanzarlos, tengo que hacerlos mío, tengo que ser parte de ellos.

Cansado por el esfuerzo y ensimismado en tanta belleza, pierdo la conciencia. Me hundo más, pierdo de vista la rima y las fuerzas, ya no siento ni brazos ni piernas, sólo siento las ganas de ser poema. Y mientras mis ojos se cierran, veo al otro lado del agua la Luna serena, dándome el beneplácito para dormir para siempre en el regazo de mi pena.

Y cuando daba mi vida por perdida, noto los bancos debajo de mi cuerpo, llevándome a la superficie, acercándome hasta la orilla. Los árboles, las estrellas y los bancos me enseñan que no hay manera de coger la rima, de ser poema mas intentar comprender que sólo el que la siente puede utilizarla pero nunca poseerla.

domingo, 29 de agosto de 2010

Un día soñando soñé que soñaba contigo, mientras soñaba.

-Ohh, qué dolor de cabeza, no vuelvo a ir a una fiesta que organice el hijo puta el Conde, siempre mete garrafón y se lleva los pavos.

La mañana empezaba como otras tantas después de pasar una larga velada con el señor “Baco”.

-Eli cariño ¿estás despierta?

-Si, estoy en el salón ¿porque no vienes? Creo que tenemos que hablar…

-¡Maldita sea! –Fue la única expresión que mi boca, súbdita de mi alma, esgrimió contra el destino. Siempre que se empieza con esa frase mal se acaba.

-¿No irás a decirme que me dejas?

-Lo siento, no es por ti, es que eres demasiado para mi.

¿Demasiado para ti? Por qué ese maldito interés en rebajar tu pena o tu malestar haciendo creer que la ruptura es culpa del que rompe. Frases siempre tan recurrentes como: es que no siento lo mismo; no es por ti, sino por mí; te quiero, pero veo que puedo hacerte daño y no quiero hacerlo; fue una noche loca que recordaremos con cariño; te quiero de verdad, pero mañana me voy de ayuda humanitaria; ¡no hablo tu idioma!; ¡ah! ¿Fue contigo?; me caes bien, pero no quiero ir más allá; no quiero perder tu amistad…o una de mis favoritas: Querer te quiero, lo que pasa es que ya no te amo… Vamos a ver, entiendo que amar, es o puede ser un sinónimo superlativo del querer, pero si estás rompiendo conmigo ¡¡¡alma de pollo, será porque querer ya no me quieres!!!

-Pero ¿ha pasado algo, has conocido a alguien?-

-Es que ya no puedo estar más contigo ¡no me agobies!

-Pero tiene que haber una explicación, no puede ser de repente.

-Sabes que ya no estábamos como antes, llevábamos un tiempo en el que nos costaba estar juntos, las peleas, las discusiones.

-¡¡Pero si lo más parecido a una pelea que hemos tenido en los meses que llevamos juntos fue el cara o cruz por la peli que íbamos a ver hace unas semanas!! No me vengas con esas, dime la verdad, me lo merezco al menos.

Durante algunos segundos interminables (pero interminables de verdad) esperé alguna respuesta de aquellos labios temblorosos (o temblones, pronúnciese según la ubicación geográfica) por fin se dignaron a presentarme una respuesta:

-Me he acostado con Fran.


-Oihh-

El más grande de los terremotos no hubiera sacudido con más fuerza mi pobre cuerpo y como es de esperar, entre sudores sudorosos me desperté gritando como una loca, igualito que aquel fin de año en el cuarto oscuro de la casa de Germain.

Con un dolor de cabeza más grande que Versace en un rastro y mi boca sabiendo a cosmopolitan, empecé a sentirme un poco fuera de lugar. Qué cosas más raras puede llegar a soñar uno. Con tranquilidad sin querer romper el Chi del momento ni mi manicura de 170 euros, fui a ver si estaba a mi lado mi cariño…

-¡Ooooooooooh! ¡Qué horror! ¡Tú no eres mi cariñín!

-¡Joder! ¡Ni tu Brad Pitt! No te jode ¿Tú quien eres?

-¿Yo? ¿Quién eres tú y qué haces en mi casa?

-¡Perdona plumón pero esta es mi casa!

En aquel momento todo lo que contenía mi estómago empezó a hacer por salir, los nervios me estaban jugando una mala pasada. Y es que aquello no podía ser verdad, qué hacía en una cama que no era la mía, desnudo, sin recordar qué había ocurrido ¡yo que siempre me jactaba de beber como una cosaca! Y lo que era peor: ¡con una mujer! ¡Yo! ¡Que desde los 4 años que le dije a mi madre que me gustaba Sean Conery, que siempre me prometí que mientras hubiese camioneros no pisaría la misma cama que una mujer!

No pude aguantarlo y salté de la cama con demasiado ahínco y escasez de estática, de manera que mi 1’80 fue a reunirse con el suelo de cabeza y no con los pies!


-Menuda ostia nene.

Y el frío del mármol de la habitación me reanimó y despertó como ducha fría en invierno.

-Y que lo digas tío. No te puedes hacer una idea de lo que uno puede soñar cuando bebe tanto whisky. ¡Ni tampoco cómo puede acabar! De hecho después del tercer o cuarto cubata ya no me acuerdo de ná, menudo desfase...

Fue en ese momento en que empecé a ser consciente de porqué el frío del mármol utilizado en la solería del suelo, me había despertado de tan rauda manera.

-Andrés ¿qué haces desnudo tío? Y yo ¿por qué estoy también desnudo en la misma cama que tú? ¡¡No me jodas Andrés!! ¿Qué cojones ha pasao esta noche?

-¡Cómo quieres que lo sepa si no me acuerdo de ná tampoco!

-Tranquilo, tranquilo, seguro que ha sio una borrachera inocente y el calor del alcohol y del Otoño a veces es mu pesao…-Intentaba auto-consolarme- ¡¿Pero, qué estoy diciendo si no hace ni 20 grados?!

Entonces, como el movimiento esquivo de una perdiz que el cazador reconoce de forma nimia con esa parte del ojo que más que ve percibe e imagina, reconocí en la mesita de noche un envoltorio de preservativo abierto.

-Andrés joder, esto no puede estar pasando ¡¡¡¿qué_ es_ eso_ tío?!!!

-Vamos no me jodas…

-¡¡No Andrés, yo te juro que no te jodo y por tu puta madre no vuelvas a decir esa frase!!

-Vamos a calmarnos tío, vamos a calmarnos y a intentar ver qué mierda a pasao.

-¿Pues es que no está claro? ¿Es que no lo ves? Que nos hemos vuelto maricones de un día para otro, en una noche, que nos hemos cambiao de acera, que nos hemos dao por culo tío! Qué asco por dios!!

-Jaime no te pongas en plan homófobo que pareces imbécil!

-¿Que los defiendes? ¡Tú eres maricón! Eso es lo que tú eres, me has emborrachao y sabrá dios qué mierda me has metío en la copa, porque por mucho alcohol que me eches yo no me dejo follar por un tío, que uno es mu hombre, -y en ese preciso instante empecé a llorar- ¿qué me has dao para que me haya dejao desvirgar? ¡Y encima de esta manera!

-¿Pero qué hablas Jaime? Se te está yendo la pinza, que yo no soy gay, tiene que haber una explicación más sencilla joder…

-Si al menos me lo hubieras dicho de hombre a hombre, uno incluso se lo piensa, son muchos años de amistad, tío y yo te quiero, pero esto no se hace. En un momento dao pues qué quieres que te diga, el amor entre hombres lo mismo no es tan malo, mira Bróbámontain, que es hasta bonito… creo que me cuesta andar un poco, joder Andrés que me duele aquí detrás… ¡Y encima soy pasivo!

-¿Pasivo? ¡Tú lo que eres es imbécil! ¡Que yo no te dao por culo tío!

-¡¡¿Reniegas de mi?!! ¿Qué pasa? ¡Que no te ha gustao la noche y ya uno es mierda!

-¡Como no te calles te meto dos hostias!

-Que sepas que eso es violencia de género. Creo que me están entrando ganas de vomitar. Joder, estoy embarazao ¡Yo no soy una cualquiera que puedas ir dejando por ahí preñá!

Entonces no pude contener las ganas de vomitar y me fui directo al baño, allí, como la solución a la cuadratura del círculo, encontré colgadas en la varilla de la cortina de ducha nuestra ropa y como secuencias perdidas de una vida, vinieron una detrás de otra las imágenes de: cómo la cuarta botella de whisky se nos partió al intentar emular a Tom Cruise en Cocktail encima de la comida que aún quedaba en la mesa y nos pusimos perdidos; de cuando estuvimos jugando con el globo preservativo al rugby; de cuando nos quitamos la ropa para lavarla en la bañera y de la soñarrera que nos entró al final después de emular durante más de una hora desnudos el “trompa” a lo Shinchan.

-¿Qué cosas verdad? Fue lo único que me dio tiempo a decir antes de que Jaime me lanzara el mejor derechazo que he visto (sentido, escuchado y rebotado).


-Ohh, no vuelvo a ir a una fiesta que organice el hijo puta el Conde, siempre mete garrafón y se lleva los pavos. Y para colmo vaya sueño raro.

Aquella mañana empezaba como otras tantas después de una larga velada con el señor Baco. Sin embargo pronto me daría cuenta que el destino está escrito.

-Eli cariño ¿estás despierta?

-Si, estoy en el salón ¿porque no vienes? Creo que tenemos que hablar…

jueves, 26 de agosto de 2010

Caminante no hay camino...

A veces lo mejor es no sentir, así no padeces, no sufres.

Querer a una persona supone dar algo. No es nada físico, nada material. Es algo que sólo se ve si lo sientes, algo que cuando lo das, ya no lo puedes recuperar.

“El amor es como una flor, como una rosa. Como un regalo que alguien da a una persona y una vez que la has entregado, ya no hay vuelta atrás. Si pierdes, tendrás que esperar a que la flor vuelva a crecer, tendrás que esperar a que vuelva a nacer.”

Cuando pierdes a una persona, notas como se va una parte de ti, sientes que algo se quedó con ella. Es quizás una de las partes más difíciles cuando pierdes a alguien, ese sentimiento en el que te das cuenta que algo ha cambiado, que la realidad ya no es como la recordabas.

-Le Van, un vietnamita de la provincia de Quang Nam, desenterró el cuerpo de su mujer y estuvo durmiendo con ella durante 5 años. El hombre inicialmente iba a dormir al lugar de su sepelio, más tarde y después de cavar un túnel para dormir a su lado y evitar las inclemencias del tiempo, sus hijos, enterados sobre el asunto, le prohibieron ir por considerarlo demencial. Sin embargo Le Van no consintió el estar separado de ella. Desenterró a su mujer, la cubrió con arcilla y le dio forma humana, la vistió y así estuvo durmiendo con ella en su casa durante 5 años.

Cuando le preguntaron Le Van dijo: “Tan sólo quería abrazarla para dormir”.

Suena escabroso, muy escabroso, sin embargo no dejo de verle una gran carga emocional a esta noticia, o mejor dicho a este señor.

¿Merece la pena? Pregunta llevada hasta la saciedad, pero no dejo de planteármela una y otra vez. Pienso en ocasiones, que la vida sería más llevadera sin sentimientos tan extremos. Sentir hasta cierto punto y nada más, sin llegar a amar con el corazón, tan sólo ese cariño o ese amor que se le puede procesar a un amigo o familia… ¿No sería todo más fácil? Que pena que no se pueda tener un botón con el que poder regular la intensidad del amor. (Si tuviésemos ese botón, seguro que al final lo pondríamos siempre al máximo).

Un buen amigo, parafraseando una cita de un escritor británico llamado Clive Staples Lewis, me dijo una vez: “Somos como bloques de piedra, a partir de los cuales el escultor poco a poco va formando la figura de un hombre. Los golpes de su cincel que tanto daño nos hacen, también nos hacen más perfectos”.


Aquellas palabras me sirvieron de mucho en aquel momento, sirvieron como medicina pero también como reflexión.


Mi primera respuesta mental a aquel comentario fue rápida: ¿Para qué ser entonces más perfectos? Pese a la cualidad que eso puede aportarte como persona, ¿merece la pena sufrir para llegar a ser mejor? Supongo que cada cuál tendrá su propia visión de la perfección y por supuesto las metas de cada individuo son personales. Pero no deja de ser esto algo relativo. En las cuestiones amorosas no existe un patrón o un comportamiento establecido. Quiero decir: cada persona busca la verdad y la perfección en los distintos estamentos de la vida. Por descontado, todos intentan llegar siempre a un fin de felicidad, pero ¿Qué es llegar a la felicidad? ¿Conseguir un buen puesto de trabajo, conseguir una buena casa, conseguir una pareja que te llene o conseguirlo todo a la vez? Si el fin es la felicidad, personalmente creo en ese sacrificio, en ese dolor.


Conseguir un puesto de trabajo, supone años de estudios, de horas de trabajo y de anteponer las obligaciones laborales a momentos de amistad o familiares. Te marcas una meta, pero todo lo que recorres en esa carrera, en esa empresa hacia un puesto laboral competente, son progresos, siempre pasos hacia delante, nunca o casi nunca hacia atrás. Si intentas conseguir la felicidad en el amor, ¿cuándo sabes que estás caminando hacia delante y cuándo sabes si estás caminando hacia atrás?


Supongo que al fin y al cabo lo importante en el amor es caminar ¿o no?

sábado, 21 de agosto de 2010

Elliug

Sin ninguna duda,

mirar atrás es recordar risas y momentos,

recordar una infancia y una vida.

Hará ya más de 16 años cuando pisé de forma perenne mi Málaga. Recuerdo la incesante ola de calor de aquel verano, el Mundial de EE.UU. dándome la bienvenida en una tele sin mando a distancia y con los colores perdidos por el tiempo. El olor a pintura, muebles viejos, una luz que entraba por la ventana y que no reconocía al igual que aquel aroma a mar, escombros en las esquinas de un piso de sesenta y pocos metros, desayunos en una silla rota al borde de una nevera de plástico y las ganas de vivir.

Hay muchas sensaciones y muchos recuerdos de aquella vida nueva: me acuerdo de las horas de clase muertas y eternas, de los recreos corriendo al "poli-ladrón", de Los Arcadia y de todas esas horas que pasaba allí, el tiempo entre balones, entre historias de niños y no tan niños redescubriendo la vida, pero sobre todo, siempre que recuerdo mi infancia en aquellos tiempos, me acuerdo de Guille.

Sería en una clase de “conocimiento del medio”, con aquellos cuadernos en los que había que pegar, pintar y colorear mapas de Andalucía para aprender sobre las materias primas, industrias y otras cuestiones tan intranscendentales para un niño de 10 años. Me acuerdo que entre risas y pedorretas en el silencio de clase, iniciamos aquella amistad y pese a las recomendaciones de la tutora para que me alejara de aquel niño que era tan mala influencia, yo me hice el loco y me negué en rotundo a dejar escapar la posibilidad de fraguar semejante alianza que tantos buenos momentos prometía.

Después de aquello, recuerdo la conquista de Los Arcadia, urbanización donde me sentí por primera vez como un pirata con todo los mares por descubrir. La botella; partidos de fútbol; de baloncesto; en verano las guerras de agua; aquellas partidas de rol en los portales de los bloques. Pero lo que nunca olvidaré serán las tardes jugando a la videoconsola y dando gritos mientras nos sumergíamos en la morgue de Resident Evil, los “partidos” de baloncesto en aquella “minicasta”, las partidas de Risk, las guerras de la “pelota que bota” y tantas anécdotas que saturarían el blog.

Pasó el tiempo y con él llegaron los cambios. Los partidos de fútbol y baloncesto dejaron paso a las charlas y tertulias sobre la vida, las guerras de la “pelota que bota” dejó paso a los paseos y a los bancos comiendo pipas. Y como un suspiro llegó la universidad.

Recuerdo las conversaciones con Guille sobre aquel nuevo cambio, aquella nueva vida que se abría a su paso y que aún no asimilaba con buenos ojos. Nueva gente, nuevo entorno y la desconfianza de las nuevas amistades. Aquel temor que me confesaba no era nada para mí, yo sabía que no tendría mayor problema para conocer gente y hacer amistades, a mi lo que me aterraba era perderle a él, aquella amistad, y que se diluyese en otro mundo y que se evaporase en el tiempo.

Me gusta mirar al pasado, y saber que lo que realmente se evaporó fue aquel miedo que tenía. Las buenas amistades tienen mejores y peores momentos, pero siempre están ahí, cuando las necesitas, al menos es lo que me gusta pensar y así es como me lo ha demostrado.

Los malos tiempos siempre están presentes a lo largo de nuestras vidas, lo que hay que saber es que son pasajeros, aunque duren demasiado, siempre serán pasajeros. Y que siempre están los amigos, para que esos momentos, no sean al menos tan malos.

Recuerda que por fuerte que sea la soledad, siempre estará sola, tú tienes a buenos amigos que lucharán contigo en cualquier batalla.

Ángel, no te arranques las alas, porque llegará el día en que te harán falta para volar muy alto.

lunes, 2 de agosto de 2010

Habitación 711

Son cerca de las 4:00 de la mañana. Es finales de Junio y en la noche malagueña se siente la brisa fresca que aún se impone al recién llegado verano.

Las ventanas son grandes y altas, cuadradas en sus proporciones y como una pantalla de cine me muestran los secretos del cielo que cubre la ciudad: ora un avión, ora el parpadeo de un barco en el mar, ora el horizonte recortado por el hilo que separa la antítesis de un cielo sin faroles de la alfombra de luces que cubre con cariño la ciudad.

Puedo ver las grúas del puerto y las colmenas que cobijan a los paisanos, puedo ver los coches subir y bajar la avenida, las ambulancias llegar al hospital y mi reflejo en el cristal de la ventana de la habitación 711.

Intento encontrar una posición en ese sillón tapizado en tela negra de olor vacío y frío y misma temperatura. Lo inclino y me giro, me cambio de postura, vuelvo a erigir el respaldo, saco el reposa-pies, intento cerrar los ojos, intento no pensar, dormir boca arriba. Al final vencido por la situación vuelvo a abrir los ojos y me vuelvo a encontrar con mi película, con mi cine en la ventana.

En la habitación reina la oscuridad, mi portátil es lo único que ilumina esta cueva, lo único que ilumina las camas, el pequeño armario y mi cara adormecida contemplando la pantalla. A veces mis ganas de dormir intentan engatusarme con promesas banales de un sueño reconfortante sobre la segunda cama de la habitación que yace vacía a mi lado, sin más dueño que mi libro de historia de la arquitectura que me mira como intentando dar algo de sentido, lógica y razón, para que no caiga en la trampa.

Hace 36 horas que terminó la operación y después de más de un día de dolores, mal cuerpo, agujas, pastillas, sondas, puntos… por fin duerme aunque sea por un par de horas. Nunca me he considerado un hijo modelo, ni tampoco familiar, pero son en estos momentos, en los que sólo hay pensamientos para ella.

La noche me lleva sin yo desearlo a las mismas preguntas, respuestas y dudas, que llevan atormentándome semanas. ¿Por qué tanto misterio? ¿Por qué tanto silencio?

En pocos días me acababa de enterar de todo, operaciones ya pasadas, visitas a los hospitales, prueba tras prueba y de repente un día una llamada de teléfono:

-Me tienen que operar de urgencia.-

Ahora, después de la operación, aún no sé nada. Mirando papeles, diagnósticos y citas escondidos por casa, aparece como el nubarrón negro sobre el cielo azul, la palabra que tanto miedo da siempre y que detalla la especialidad: Oncología.

No es secreto que mi madre y mi padre son y serán los protectores más acérrimos de la estabilidad del hogar, aunque eso les lleve a ocultar todas sus penas y llevarlas de forma mártir a las espaldas. Durante días no dicen nada, no comentan, cambian de tema, no muestran más pena que la que inevitablemente muestran sus ojos, esa es la que no se puede fingir.

Entre preocupación, risas, lágrimas contenidas y recuerdos de niñez, paso gran parte de las horas en las que hago guardia en la habitación. Me vienen los momentos más cálidos de aquellos inviernos en el pueblo, los veranos interminables pero a la vez tan rápidos que pasaba en la piscina mientras escuchaba la radio que mi madre ponía en la ventana en modo de hilo musical. Los bizcochos recién hechos enfriándose en la mesa de la cocina, mientras hacía los deberes del colegio y mi madre veía en la televisión “Tal Como Somos” de los primeros programas de Canal Sur, o como ella lo llamaba, el “programa de los pueblos”… También recuerdo el primer invierno que vi nevar mientras celebraba mi sexto cumpleaños y mi madre salía con miedo por el porche gritándome que me pusiera el abrigo, los guantes y el pasamontañas. Recuerdo las navidades en las que veía cómo montaba aquellos grandes belenes con todas sus piezas y en las que también se emocionaba cuando se acordaba de su familia y de los que faltaban.

La idea de perderla me aterraba, casi tanto como la de verla apagarse por culpa de un cáncer. Ella que siempre fue la fuerza, las ganas y el ahínco, ahora tenía que ayudarla a casi todo. Es ley de vida, pero aún es joven, me negaba a dejar de creer.

Después de varias semanas de espera, y en mitad del postoperatorio, por fin recibimos la noticia de que el tumor de tres centímetros y medio y los 17 pólipos, han sido extirpados y no hay señal de que hubiera contagiado en otras áreas.

Mi madre aún no se lo cree, igual que nosotros, y aún más escépticos los médicos. No daban crédito a que aquella circunstancia no hubiera afectado a más órganos. Sea como fuese, siempre creeré que esa fuerza y ganas que a veces esconde mi madre entre penas y cifras de cumpleaños, fueron las que le ayudaron a sobrepasar todo este mal trago.

Ahora vuelvo a tener la bendición de seguir escuchándola para que me ponga el abrigo para salir a la calle, de que coma más de lo que puedo comer, de que no trasnoche y el placer de oler los bizcochos al llegar a casa en navidad y espero que por mucho más años.

domingo, 25 de abril de 2010

Manifiesto

No quiero caer en la pena de las noches ni en las alegrías del pasado,
cada día que se marchita es una frase que no digo,
una vida sin vivir y un recuerdo inventado.

Se muere el verbo en mi boca
como la angustia de una madre en su pecho,
se muere la esperanza en mi alma
como la estrella que cruza el cielo.

¡Quema!
Quema mi cuerpo para salir esta noche del espacio que me engaña
y despertar como una nueva forma mañana en la mañana,
un nuevo ser que de aliento al futuro,
que espolee lo que está por venir
que dé significado a lo que un día me prometí.

-¡Vuela alto amigo!- me dijo mi Alma una vez.
Lo haré, siempre y cuando no me dejes caer.

Seré y seré y en mi mente me crearé.
No hay mayor enemigo que el que reside en mi propio ser,
y empezaré por él, ganándole en su terreno, en su propio duelo,
con el arma de la esperanza, el escudo de la tozudez
y el tiento bañado en hielo.

Seré mi amigo, mi crítico y mi compañero,
y el tiempo será el ungüento
que pegue uno a uno los rasgos de mi alma,
con fuerza y con talento.

-¡Vuela alto amigo!- me dijo mi Alma una vez.
Acataré tu orden siempre y cuando no me dejes caer.

Seré lo que quiera ser,
seré lo que yo sea capaz de inventar y lo que sea capaz de imaginar,
porque yo soy grande en mi infinita pequeñez,
porque dirigiré mi destino
por muy agreste que sea el camino,
porque seré la rienda, capataz y caballo,
porque aunque me pierda, yo me encontraré.

-¡Vuela alto amigo!- me dijo mi Alma una vez.
Así sea, siempre y cuando no me dejes caer.
a
"Un camino puede ser muy largo,
pero siempre será poco por mucho que hayas caminado
mientras mires con tus ojos hacia el futuro y no hacia el pasado."

martes, 13 de abril de 2010

Sangre Púrpura

Pueden pasar 100 años o incluso mil, se puede perdonar e incluso se puede pasar página, pero lo que no se debe hacer nunca es olvidar.

Si olvidamos, no seremos los hombres y mujeres del mañana, sino los inconscientes y los incultos de siempre. Dejarnos llevar por los que opinan en el poder, sin más recelo que el de la ignorancia, es cavar con nuestras propias manos el destino podrido de nuestra nación, un futuro que mal nace para nuestros hijos.

No seré yo el que se calle ni el que se lave las manos, no seré yo el que mire hacia otro lado. Tampoco seré el que se esconda ni tampoco el que corra. Ya se ha huido demasiado en este país.

Los mismos que un día sesgaron el brote de la pequeña esperanza y aún sin fuerzas II República Española, ahora quieren sesgar la voz del que sigue luchando por los que cayeron y fueron víctimas de la persecución y castigo de la posguerra.

Está visto que excavar en la tumba de nuestro pasado no es bien recibido por los que aún, ocultos bajo la bandera de lo neutro o de la “política”, siguen siendo la misma mala hierba que en Julio de 1936 espolearon la matanza entre hermanos.
No defiendo ni defenderé a un bando que también dejó huérfanos y matanzas a su camino, aunque fuese en guerra y no en persecución de limpieza como hiciese el bando rebelde. Tampoco defenderé los actos de guerra, que tanta fatiga, desprecio y náuseas levantan por quienes imaginamos aquellas fechas y, sobre todo, a aquellos que vivieron la guerra y perdieron a alguien en ella.

Lo que quiero defender es Justicia, ni la venganza ni la rabia, sólo Justicia. Pero no esa que a veces más que ciega parece la prostituta que bien se vende a quien bien paga. Desde el niño más pequeño lo sabe, que la justicia es de los jueces que ejercen, no lo que un día se aprobó en unas Cortes, sino la libre interpretación que más que igualdad da alas a la escoria de esta sociedad.

Cuando los trámites de la memoria histórica estaban en marcha, y escociendo irónicamente al bando que no tuvo heridas que curar, el señor Varela, emprende la marcha y el envite al señor Garzón, el único que hasta ahora había tenido la hombría de luchar por esa Justicia ciega, por las personas que un día perdieron la vida por luchar en unas creencias.

Ahora hay que recordar, recordar y recordarles a esos que defienden la inamovilidad moral de los sucesos del pasado todo lo que ocurrió, todas aquellas muertes, de las dianas enmarcadas en la Universidad, en los Sindicatos y en la Izquierda; enmarcadas en la sociedad intelectual del momento, en los artistas y en los poetas; en los que sufrieron la persecución hasta su eliminación, en los que sufrieron y lucharon por un país mejor, libre y democrático.

Hay que recordarles que fueron ellos los que nos quitaron los sueños de una nueva nación, que fueron ellos los que enterraron entre sangre y dolor la esperanza de vivir, los que a base de muerte y miedo callaron las voces del progreso y de las generaciones venideras.

Si un bando, si un movimiento con sus líderes, seguidores, creencias y actos fue lo bastante valiente como para manchar un país entero con la sangre de los derrotados, que ahora sea consecuente con esos mismos actos e igual de valiente y limpie la mancha de una bandera que cambió su color púrpura por el rojo sangre de su gente.

Porque a la tercera va la vencida.

sábado, 20 de marzo de 2010

Quemando cartas

Pensaba en mis cosas, caminando deprisa como siempre, sin pausa ni tiempo para pasear. Y justo en el momento en que ya no miraba al frente, sino que veía, te encontré delante. Con tus vaqueros de ancha pernera y tu camiseta de color oscuro. Justo en aquel momento se clavaron tus ojos en los míos.

El tiempo en reaccionar me dio el espacio que se recorre en 5 segundos, y no pude aguantar, tuve que girarme para volverte a ver, volver a ver tus pasos y tu cuerpo separarse de mí.

“No te conozco y ya te estoy echando de menos”.

Pero el destino me tenía una sorpresa preparada, a ti y a mí, la sorpresa de que te giraras por no contener la curiosidad de volver a cruzar las miradas.

Después, una sonrisa; después un saludo; después una conversación… y después todo.

Yo quiero esto, este recuerdo que tengo grabado por ser, quizás, el primero. Quiero también nuestras charlas por las noches, charlas eternas a la luz de una vela, los paseos sin destino, las promesas de futuro y las ilusiones del mañana flanqueadas en los cafés del casco viejo.

Quiero quedarme con la ilusión y la locura del verano que nos escapamos con el coche de tus padres, con los nervios del día anterior a preguntarte si querías casarte conmigo y con las lágrimas cuando me dijiste que sí.

Quédate tú con la casa, con el coche y con los regalos de boda.

También puedes quedarte con las excusas y los besos fríos, los almuerzos a tu lado pero sin ti, las cenas sin palabras, las noches en vela esperándote en casa y los amaneceres en que en nuestra cama sólo estaba yo.

Tampoco tengo interés en retener el recuerdo del olor a otro en tu ropa, la angustia y la fatiga de mi estómago mientras se revolvía pensando e imaginando, las lágrimas mojando la almohada, el no saber qué hacer cada mañana y la sensación al ver tu armario vacío.

Yo me quedaré con Pablo y con Alba, que eran los nombres que queríamos para nuestros hijos.

Con eso yo ya tengo todo lo que quiero. Perdóname que sea egoísta, perdona que sea yo quién decida qué pertenece a quién, al fin y al cabo me quedo con aquello a lo que un día me aferré y tú olvidaste.

Por lo demás que no menciono o que se me olvida, quédatelo, no me sirve para nada. Para cualquier otra cosa, mi abogado estará encantado de atenderte.


Inspirado en el Primer Premio de Cartas de Amor

martes, 23 de febrero de 2010

Y me llevaron de la Mano...

Recuerdo el frío del invierno, la humedad y el olor a tierra mojada, como si fuese un día de la semana pasada, y no un día de hace ya 20 años.
Recuerdo llegar a casa con los zapatos mojados, y encontrarme en casa con mis zapatillas esperándome detrás de la entrada.

Recuerdo llegar corriendo al salón, recién salido de esos baños en los que con la imaginación de un niño era capitán y pirata, vela y cabo de un galeón más grande que mi casa, que por entonces era toda mi patria.

Y recuerdo hoy, a los pies de La Viña mecido por la brisa del poniente y las rimas de una comparsa, a mis padres en el sofá, escuchando los Carnavales del Falla.

Pequeño era, pero como todo niño también era lo suficiente inteligente como para saber que aquello era algo diferente, algo que apartaba el fútbol por días, algo que devaluaba las películas de policías, algo que conseguía sacar una risa a mi padre, por muy cansado que estuviera de tanto trabajo, y una carcajada a mi madre, de esas que ya hace mucho dejaron de sonar.

-“Desde luego, son artistas, lo llevan en la sangre”- Remataba mi madre mientras recomponía su cara sonrisa.

Este fin de semana, este Febrero, volví a sentirme niño, volví a sentirme en casa. Como cuando llegaba de correr del pueblo donde me crié.
Volví a sentir el calor de la bata de mi padre mientras me reía debajo de la lluvia, volví a recordar cómo era la risa de mi madre, mientras escuchaba las risas de Cádiz.

Entre tanguillos de coros, rimas de comparsas y caraduras chirigoteros, maldigo al gaditano por embustero. Por ser un cobarde y un mentiroso, por recibirme con los brazos abiertos, por abrirme las puertas de su ciudad como si fuesen las de un pueblo más, por no avisarme de que año tras año a Cádiz voy a necesitar.

Necesitar de sus calles, de su aire y de su aroma, de la brisa del mar golpear San Sebastián, de escuchar cada Febrero el lamento de los Alba, el llanto del tanguillo, y la risa del obrero.

Maldigo al gaditano por sus palabras que duelen, que se aferran a mi sentidos y a mi mente, que a poesía y a buena copla huelen y para colmo te lo dicen, tarde, pero te lo dicen entre cuplé y pasodoble y no mienten, que como si fuese un veneno te envenena, que recorre una a una tus venas y se hacen poco a poco y sin remedio parte de La Caleta.

Mi Málaga será mi tierra, y que no se encele, que si de pequeño mi patria era mi Barco yo soy un pirata que tiene su alma en el Mediterráneo, pero que año tras año fondeará su galeón en La Caleta, tierra de Carnaval, de risas y de libertad, pero sobre todo, tierra de poetas.

Qué tendrá esta tierra, qué tendrá La Tacita de Plata se preguntaba Carlos Cano año tras año… respuesta sencilla: tiene a los gaditanos.