jueves, 9 de septiembre de 2010

Luna

Te miro, me miras. Pienso que piensas lo que quiero que pienses y entonces me adentro en el bucle de mis deseos.

Le estrecho la mano y siento odio y envidia. Quizás no seas para mí, quizás no seas la ideal, pero anhelo cada momento que no he vivido contigo, recordando como un sueño las veces que no te desnudé en las noches más oscuras, iluminadas con las velas de una ciudad que me escondieron tu ser durante años.

Será el destino o quizás la suerte esquiva la que te mantuvo oculta a mis ojos o quizás la broma pesada de tenerte ahora que no puedes, ahora que no eres libre tan cerca de mí.

Un cristal en forma de hombre mantiene tus labios lejos de los míos, aunque estén tan cerca que casi los sienta, tan cerca que note tu sabor a fresa.

Eres la Luna del cielo mirando pasiva a tu siervo. Te puedo ver, imaginar y hasta tocar. Pero cada una de estas virtudes se convierten en condena cuando soy consciente que no te puedo tener, que me tengo que conformar con salir cada noche y mirar el deseo mientras beso al aire y te prometo que saldré mañana para verte de nuevo en el cielo.

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