martes, 23 de febrero de 2010

Y me llevaron de la Mano...

Recuerdo el frío del invierno, la humedad y el olor a tierra mojada, como si fuese un día de la semana pasada, y no un día de hace ya 20 años.
Recuerdo llegar a casa con los zapatos mojados, y encontrarme en casa con mis zapatillas esperándome detrás de la entrada.

Recuerdo llegar corriendo al salón, recién salido de esos baños en los que con la imaginación de un niño era capitán y pirata, vela y cabo de un galeón más grande que mi casa, que por entonces era toda mi patria.

Y recuerdo hoy, a los pies de La Viña mecido por la brisa del poniente y las rimas de una comparsa, a mis padres en el sofá, escuchando los Carnavales del Falla.

Pequeño era, pero como todo niño también era lo suficiente inteligente como para saber que aquello era algo diferente, algo que apartaba el fútbol por días, algo que devaluaba las películas de policías, algo que conseguía sacar una risa a mi padre, por muy cansado que estuviera de tanto trabajo, y una carcajada a mi madre, de esas que ya hace mucho dejaron de sonar.

-“Desde luego, son artistas, lo llevan en la sangre”- Remataba mi madre mientras recomponía su cara sonrisa.

Este fin de semana, este Febrero, volví a sentirme niño, volví a sentirme en casa. Como cuando llegaba de correr del pueblo donde me crié.
Volví a sentir el calor de la bata de mi padre mientras me reía debajo de la lluvia, volví a recordar cómo era la risa de mi madre, mientras escuchaba las risas de Cádiz.

Entre tanguillos de coros, rimas de comparsas y caraduras chirigoteros, maldigo al gaditano por embustero. Por ser un cobarde y un mentiroso, por recibirme con los brazos abiertos, por abrirme las puertas de su ciudad como si fuesen las de un pueblo más, por no avisarme de que año tras año a Cádiz voy a necesitar.

Necesitar de sus calles, de su aire y de su aroma, de la brisa del mar golpear San Sebastián, de escuchar cada Febrero el lamento de los Alba, el llanto del tanguillo, y la risa del obrero.

Maldigo al gaditano por sus palabras que duelen, que se aferran a mi sentidos y a mi mente, que a poesía y a buena copla huelen y para colmo te lo dicen, tarde, pero te lo dicen entre cuplé y pasodoble y no mienten, que como si fuese un veneno te envenena, que recorre una a una tus venas y se hacen poco a poco y sin remedio parte de La Caleta.

Mi Málaga será mi tierra, y que no se encele, que si de pequeño mi patria era mi Barco yo soy un pirata que tiene su alma en el Mediterráneo, pero que año tras año fondeará su galeón en La Caleta, tierra de Carnaval, de risas y de libertad, pero sobre todo, tierra de poetas.

Qué tendrá esta tierra, qué tendrá La Tacita de Plata se preguntaba Carlos Cano año tras año… respuesta sencilla: tiene a los gaditanos.