domingo, 12 de diciembre de 2010

Habitación 212

Parte 1 de 3


El vestido de color azul oscuro marcaba cada una de las curvas que su silueta, a la luz de la tenue luz de la lámpara de noche, rompía en la penumbra de la habitación. Se deslizaba el pelo rubio sobre la oreja mientras buscaba en su bolso algo que no encontraba o que quizás no existía. La espera, la parsimonia y mi silencio, la estaban poniendo nerviosa y ella se desahogaba con aquel trozo de tela negro, en el que, entro otras pertenencias, guardaba la foto de una niña de unos 2 años.

Sentado en el sillón de color caramelo que acompañaba al resto de la habitación, no dejaba de mirarla, entre la curiosidad y las dudas de lo desconocido, no dejaban de aflorarme preguntas, una tras otra en mi cabeza.


-¿Te puedo hacer una pregunta? -Le comenté mientras seguía trasteando su bolso.

-Claro. -Respondió sin levantar la mirada demostrando que no tenía ninguna curiosidad por mi duda.

-¿Por qué? Por tu forma de expresarte y por tu forma de hablar se puede ver que has tenido una buena educación, que provienes de una familia acomodada. Tampoco eres alguien que haya llegado al país engañada por mafias y forzada a hacer este trabajo. Quizás las drogas, pero no tienes el perfil de una mujer que haya estado tan enganchada como para perderlo todo por ese vicio por caras que hayan sido, además tu comportamiento dista de una drogodependiente y no tienes marcas en los brazos… espero que mi pregunta no te incomode.


-No. –Me respondió con una mueca de sonrisa en la boca- No eres el único que me lo pregunta, al parecer los hombres con los que salgo se lo preguntan mucho.

-¿Y qué le respondes a los que te preguntan?

-La verdad. –Me miró mientras me respondía haciendo un inciso mientras se sentaba en la cama. -Que un día encontré un camino que me aportó dinero “fácil” y unas comodidades, que yo me impongo mis horarios, mis entradas y mis salidas, que yo decido con quién salir y con quien entrar y sobre todo, que soy dueña y jefa de mi propio trabajo.

-Pero para hacer este trabajo tuviste que dejar algo, tuviste que sacrificar una moral.

-¿Una moral? ¿Qué es la moral y para qué te sirve? Personalmente pienso que eso no sirve para nada, es un escollo que separa tu vida de unas metas y que mina tu camino con salidas alternativas que al final lo único que hacen es hacerlo imposible o como poco más difícil. ¿Qué es la moral? ¿Acaso tiene más moral que yo un directivo que decide echar a cien empleados de su empresa para recortar costes y poder así comprarse un yate nuevo? ¿Acaso tiene más moral que yo el banquero que echó de su casa a una familia completa por impago de la hipoteca? ¿Acaso tiene más moral que yo el que acosa a su secretaria por un polvo? No, yo soy libre de hacer y deshacer, soy libre de hacer lo que quiera y con mi trabajo ni engaño ni hago daño a nadie, al contrario creo.


Aquel discurso, pese a tener fuerza en sus palabras, era débil, me sonó al de una persona abatida por un destino mal elegido, alguien que no había conseguido nada de lo que se había propuesto y que al final escogió una salida fácil.


-¿Tienes hijos?


Aquella pregunta la turbó, por un momento su cara se tornó seria, aquella cara recortada por su pelo rubio y suave como el de una muñeca y sus ojos oscuros se clavaron en los míos con rabia.


-No te atrevas a juzgarme a través de mi hija. El día que ella crezca y tenga la edad suficiente sabrá a qué se dedicó su madre y por qué.

-No quería juzgarte, ni mucho menos, tan sólo quería comprender y entender. -Intenté tranquilizarla mientras se levantaba airada de la cama. -Perdóname si te ha molestado, no era mi intención…

-No sé a qué juegas o qué intentas –me interrumpió la disculpa con ira- pero por ese camino no vas a conseguir nada, hagamos lo que tengamos que hacer y dejemos las charlas de sociedad para los domingos por la tarde.

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