lunes, 30 de agosto de 2010

Verso en Prosa

Palabras…

Palabras que no me dejan dormir, que atraviesan mi mente de oreja a oreja, haciendo juego de malabares como circenses en monociclos y cuerdas, mientras pasean por toda mi cabeza luciendo colores que ni llegué a imaginar por su belleza.

Abro los ojos, y ya no estoy en mi habitación sufriendo el calor del Agosto.

Es de noche y estoy en una arboleda, donde el brillo gris y taciturno de la Luna me deja ver unos árboles delgados, finos, apenas mecidos por una brisa suave de primavera. Me acerco a ellos y veo que no son lo que creía, que son palabras enlazadas formando frases y poesías:

Verde que te quiero verde…-dice uno de ellos- Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias…Yo escucho los cantos de viejas cadencias, -me explica otro- que los niños cantan cuando en corro juegan, y vierten en coro sus almas que sueñan, cual vierten sus aguas las fuentes de piedra… Se equivocó la paloma, se equivocaba. -Arranca otro pidiendo protagonismo- Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era el agua. Creyó que el mar era el cielo que la noche la mañana…

Sigo con la mirada las frases desde su nacimiento, donde dejan atrás la madre tierra, hasta el cielo donde se pierden y bailan con el viento. Y tanto se pierden que se confunden las copas con las estrellas… Inalcanzables…

La Luna, celosa de tanta belleza, se pierde en el firmamento dejando sólo a las estrellas como únicos luceros. Pero como sin poder soportar el peso que conlleva iluminar la noche, caen como lluvia sobre mi cabeza, sin discernir si son las palabras hechas copas o las propias estrellas.

No me refugio de la lluvia, no quiero ser grosero ni tampoco podría. Ser bañado con la poesía es más honor que vestir cualquier medalla por quitar vidas. Me inundan las chispas que caen del cielo, las intento cazar como el cazador a la presa y me siento preso de mi propio deseo. En una nube de brillantina me doy por vencido y castigado, no se puede cazar a la rima sino ser sólo su humilde esclavo, hasta que una de ellas se posa sumisa en una de mis manos… la miro... me mira...

Y al mirar de nuevo al cielo, la lluvia se convierte en agua, me he hundido en el mar sin saberlo ni quererlo, pero ahora quiero porque no me ahogo ni me desespero, porque me rodean bancos y bancos de peces de melodías en verso:

Háblame del mar, marinero. Dime si es verdad lo que dicen de él. Desde mi ventana no puedo yo verlo. Desde mi ventana el mar no se ve. Háblame del mar, marinero…Aquí, en esta orilla blanca del lecho donde duermes, estoy al borde mismo de tu sueño. Si diera un paso más, caería en sus ondas, rompiéndolo como un cristal…Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste, ese rizo voluble que ignora el viento, esos ojos por donde sólo boga el silencio…

Nado y buceo detrás de los bancos, sin saber si van o si vienen, sin saber si es mejor seguirlos o esperarlos. Tengo que alcanzarlos, tengo que hacerlos mío, tengo que ser parte de ellos.

Cansado por el esfuerzo y ensimismado en tanta belleza, pierdo la conciencia. Me hundo más, pierdo de vista la rima y las fuerzas, ya no siento ni brazos ni piernas, sólo siento las ganas de ser poema. Y mientras mis ojos se cierran, veo al otro lado del agua la Luna serena, dándome el beneplácito para dormir para siempre en el regazo de mi pena.

Y cuando daba mi vida por perdida, noto los bancos debajo de mi cuerpo, llevándome a la superficie, acercándome hasta la orilla. Los árboles, las estrellas y los bancos me enseñan que no hay manera de coger la rima, de ser poema mas intentar comprender que sólo el que la siente puede utilizarla pero nunca poseerla.

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