Te escribo porque ya estoy cansado de recordarte.
Jugué a esconder tu recuerdo, como el niño que
guarda el tesoro que robó del barco pirata dibujado en sueños. Jugué a ser otro
cuando revoloteaba con la cintura, el alma y la boca de otra mujer mientras
imaginaba tu cuerpo como aquella primera vez. Jugué a ser el malo de la
película, recorriendo las calles buscando a princesas que encerrar en las
mazmorras de mi vida, y torturarlas con flores y poesías que les escribía cada
día. Jugué a perder el tiempo en todo aquello que me alejaba de ti, y por más
que lo intentaba, allí te encontraba burlándote de mí.
Es curioso que justo en el momento en el que tu
recuerdo no era la muleta que acompañaba a este cojo, volvieras a aparecer como
la luna en el mes de agosto. Volviera tu sonrisa, volvieran tus ojos, volviera
tu ombligo y las curvas de tu camino hacia el olvido olvidado de mi destino. Te
volviste celosa de aquello que abandoné en el camino y quisiste, despechada loca,
volver a ser la protagonista de este poeta que no consigue olvidar tu boca. Y
después de tanto jugar, después de tanto recordarte, sólo me quedaba escribirte
para no olvidar cómo olvidarte.