martes, 29 de diciembre de 2009

Una Noche de Fiesshta

Miro por la ventana, y a través de ese cristal, como si separase dos mundos completamente diferentes, veo llover. Son las tantas de la noche y sin querer irme a dormir, como si eso supusiese dejar de vivir o aprovechar el momento, me resisto a meterme en la cama.
Tengo el teléfono móvil en la mano, y sin querer evitarlo ni un momento más llamo a algún amigo. En estos momentos uno necesita de esas compañías que no conocen horas ni (por qué no decirlo) tampoco límites.

La noche empieza entre alcohol, conocer a algún que otro camarero o recurrir a esos lugares a los que uno suele estar más tiempo que en su casa, tiene recompensa cuando empiezan a invitarte a copas. Entre risas, charlas, recuerdos y disparates uno acaba hablando de las proezas que nunca nacieron y prometiendo comerse el mundo en sólo una vida, como buen borracho. Es en estos momentos en los que pierde veracidad aquello de: “los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad”.

-No deja de mirarme, yo creo que le gusto – he aquí el inicio de una acción pueril-.
-¿Sí? ¡¡Pues ve y lígatela!! – Siempre son de ayuda los buenos consejos de los buenos amigos-.

-Perdona, he notado que no dejabas de mirarme, es curioso porque a mi también me gustas –siempre intentando aparentar que la pronunciación no tiene una relación directamente proporcional con el nivel etílico-.
-Sí, no dejaba de miraros por el escándalo vergonzoso que estáis haciendo –cómo una frase puede llegar a hundir a un hombre-.

La noche es joven y nuestros hígados también, así que no nos desalienta la pequeña derrota, este ejército puede llegar a ser grandioso!!!

-Espérate, voy a llamar a un amigo que también salía esta noche, a ver por donde anda.
-¿Tiene amigas? –Pregunta siempre obligada-.
-Hombre, amigas tiene. –Respuesta típica de amigo graciosillo-.
-Me refrerio, refiro… (Cojo aire) me refiero si va con amigas, gilipollas. –el insulto es para marcar el terreno-.
-Pues creo que sí, porque este siempre va con amiguitas a todas partes.
-Bien bien. –con tono de obseso sexual-.

-…(Conversación telefónica) …venga vamos para allá. –la frase de mi amigo me activa y despeja como una ducha fría.

Nos dirigimos a una de las zonas de marcha de la ciudad, allí nos está esperando el amigo con el vergel de féminas que nos adularán y manosearán entre bailes obscenos y provocativos, mientras nuestras manos, ardientes de lujuria, recorrerán sus cuerpos sin conocer timidez, hasta que alguna de ellas diga entre susurros y besos lascivos en la oreja: ¿en tu casa o en la mía?

Llegamos a la discoteca en cuestión, le damos el toque a nuestro “contacto” y en cuestión de unos segundos sale de la puerta de la discoteca con otro amigo para hacer ver a los gorilas de la puerta que somos conocidos.

Pagamos la entrada. Nos devuelven el cambio sin mirarnos a la cara. Y cuando nos miran lo hacen como si fuésemos violadores. Nos arremeten dentro del local…

Al parecer tienes que ser conocido para poder entrar en una discoteca hoy día, no me quiero imaginar si no tienes contacto…

Cuando estamos dentro del local veo con asombro a la par de con estupefacción, que el grandioso grupo de vergel de féminas es una gran plantación de zanahorias (nabos, pepinos, calabacines, dispongan a su gusto de sinónimos).

-¿Y las tías? –Pregunta el amigo de mi amigo-.
-¿Pues no eras tú el que estaba con tías? –Mi amigo intentando comprender algo-.
-¡Joder macho! –Responde uno de los agrupados del grupo del amigo de mi amigo-.

Entablamos entonces una conversación-discusión, a cuál más sencilla en contenido y rica en sinónimos malsonantes en el continente, para ver cuál de aquellos allí reunidos era más despreciable. Al final de la misma, decidimos buscar a un tercer enlace para ver si conseguimos mujer alguna, ya que la homosexualidad no está bien vista en la religión de entre los procesadores allí reunidos.

-Voy a llamar a “Migue”, que me dijo que estaría por aquí cerca. –nunca el nombre de un hombre me sonó tan agradable-.

Después de una breve conversación, ponemos rumbo al siguiente destino.

¡Qué mala pata! (así podríamos resumir la situación venidera)
Uno de los amigos del amigo de mi amigo, se lleva por delante el “cubata” de un caballero de unos veintitantos años con una musculatura bien pronunciada a través de su ropa bien elegida de la tienda de ropa de moda del momento, el cual además lucía y dejaba entrever por aquellos lugares donde la ropa no le cubría, (es decir, cabeza, brazos, parte de pecho y espalda) unos tatuajes y adornos más típicos de las tribus perdidas del amazonas que de un homo sapiens sapiens civilizado.
En cuestión de un momento pasamos de la más absoluta tranquilidad (música a 400 decibelios, roces de gentes sudorosa, suelo que parece estar cubierto con velcro y que llevas los zapatos de un telettubie, luces megahiperteragigabrillantes y además parpadeantes) a una situación más que desagradable (música a 400 decibelios, roces de gentes sudorosa, suelo que parece estar cubierto con velcro y que llevas los zapatos de un telettubie, luces megahiperteragigabrillantes y parpadeantes y un tío de unos 98 kilos con 1,90 de estatura, mirando con mala hostia mientras sujeta al amigo del amigo de mi amigo por la solapa de su camisa).
Gracias a dios, mi madre me dotó además de: un cuerpo envidiable, una belleza sin igual y una sonrisa cautivadora, de una labia que ya la querría para él el mensajero de Gerjes en la película 300 antes de caer al foso.

Me costó los pavos de dos cubatas y 45 minutos haciendo de consejero espiritual con el muchacho “cachetuo” para conseguir salir de allí con todos los dientes intactos del amigo del amigo de mi amigo y con un nuevo amigo. Eso sí, la pasta de los dos cubatas fue exigida al torpe que le tiró el cubata por mi valentía y por trámites burocráticos de daño doloso.

Por fin llegamos al punto de reunión. Entramos a la discoteca y encontramos al grupo en cuestión. Después de unas presentaciones y de olvidar un nombre detrás de otro pasamos a la acción. Como buen escuadrón de élite, ojeamos el lugar y en cuestión de segundos teníamos más que fichadas a las posibles candidatas para una noche de pasión.

Sólo diré que toda la labia que me ayudó a salir del bache “incidente con el gorila”, se me había quedado allí, con el gorila. Después de varios cartuchos: bailes, roces, sonrisas, miraditas, guiños, llegamos a la conclusión que tantas mujeres no pueden estar equivocadas. Había que admitirlo, nunca llegaremos a perder la virginidad…

Por eso hoy miro por la ventana, y a través de ese cristal, como si separase dos mundos completamente diferentes, veo llover. Son las tantas de la noche y sin querer irme a dormir, como si eso supusiese dejar de vivir o aprovechar el momento, me resisto a meterme en la cama.
Tengo el teléfono móvil en la mano, y me está llamando ese amigo mío. En estos momentos uno no necesita de esas compañías que no conocen horas ni (porqué no decirlo) tampoco límite.
Descuelgo:

- Buenas noches y vete al carajo.

martes, 22 de diciembre de 2009

Hablemos de economía

Como si atravesase una nube para luego salir al otro lado…
Como si dejara atrás toda la neblina que empaña mis ojos…
Así empiezo a verla.

Como una gota de lluvia en el cristal: con calma, con sigilo y con ternura, así recorro cada parte de su cuerpo con mis ojos, yendo y viniendo de un extremo a otro, alargando el tiempo lo máximo posible sin importar frontera ni limitación.

El deseo y el momento se hacen eternos a la espera de rozar su cuerpo. No acaba nunca este instante, en el que mis ojos se clavan en sus curvas y escudriñan una a una cada nube de ese cielo. Me pierdo, me pierdo sin remedio.

Mis dedos, insignificantes ante su fuerza, se hunden entre su pelo, como intentado conquistar los mares del mundo a bordo de un simple velero.
Me hundo, porque morir ahogado en sus aguas es lo que quiero.

Y tan sólo las yemas de mis dedos son dignas de tal locura, de tal fantasía, y con la misma elegancia de un bourrée, camino por los lunares de su espalda. Mis dedos se hacen parte de su cuerpo, siento su calor, siento su textura y como el vicio inconfesable que es, me siento parte de ella, parte del momento.

Las palmas de mis manos no dejan pasar la ocasión en el que entran en juego; sentir como quema su calor, quitar uno a uno los botones de su ropa, retirar con suavidad esas prendas que aún rebeldes se antojan perennes, dejar libre el cuerpo del pecado para el pecado. En este momento cambia la percepción, las manos ya no son pasos de bailarina, ahora son el guía que abre el camino de la senda a recorrer acariciando suave, con delicadeza pero también con firmeza.

Enajenados en deseo y envidia, mis labios gritan con caricias los besos que le debe el momento, y sin prisa, con calma, rozan el cielo cuando sienten el calor de su cuerpo acabando con este anhelo. Y entre beso y beso aprecio el olor que embriaga mis sentidos, el olor a su piel, sin perfumes ni ungüentos, tan solo la fragancia que reina en todo su cuerpo.

Subiendo por la espalda hallo el tesoro de su cuello, oculto bajo el océano de su cabello justo al lado del naufragio de mi velero. Y con parsimonia recorro cada parte de él, superando la distancia que separa mi boca de la suya.
Sin espera, sin titubeos ni dudas, abordo el barco de sus labios con la misma pasión con la que se abraza al que se va y con el que se recibe al que llega.
Casi al unísono nos amoldamos, como el árbol al horizonte y el pájaro al cielo.

Trota y galopa el corazón mientras con tiento aparentado recorro su cuerpo con mis manos, empiezo desde su cuello y bajando poco a poco hasta llegar al momento en que hago uno y mío su cuerpo y mi pecado, que no es pecado sino cielo, desear con tanto deseo y querer sin tapujos lo que da vida a mi vida, lo que da sentido a este momento.

Siento su piel que abarca mi piel, calor es lo que siento y por el calor ha de ser por lo que me pierdan sus besos.

Y con la locura que es saber morir entre rosas, mientras muere uno a uno cada dedo de mi mano en su boca, te dejas llevar por la corriente, te dejas llevar por el son que marcan sus piernas y por el ritmo que marca su cuerpo… como si bailáramos un tango, sin descanso ni intermedio, dejándote ir con cada paso, un poquito más cerca del cielo.

Ni cien olas llegaron a humedecer tanto nuestros labios, ni cien tormentas consiguieron mecer tanto nuestros barcos. La pelea que es saber quién gobierna a quien ya no vale la pena, porque el que gana es el cansancio, el cansancio de expresar lo que se siente muy adentro utilizando nuestros cuerpos, el cansancio de llegar al cielo y volver en un suspiro que se antoja casi divino.

Y mientras miro y observo cada parte de su cuerpo, viendo como sube y baja la marea con la respiración aún exaltada, tranquilizo mi alma enfermiza que espera sin paciencia para volver a naufragar en el océano de sus besos y los mares de su pelo.

Bendita muerte caer una y otra vez entre sus brazos de pecado, bendita espera que aviva la ilusión de volver a sacrificar mi velero, de volver a morir ahogado entre las aguas del deseo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Acompáñame a estar solo

En algunas ocasiones pienso: ¿merece la pena todo esto?
Te pierdes entre sensaciones, sentimientos, risas, miedos, tristezas y alegrías.
Supongo que eso es vivir.

Pasa el tiempo, y ves que todo sigue, nada se para por ti ni por nada de lo que ocurra a tu alrededor. Eso te hace pensar que eres tan insignificante como egocéntrico.

Yendo como siempre deprisa por las calles de Sevilla, me encontré con una vecina. Vive en el bajo del bloque donde vivo desde hace 2 años. La mujer tendrá cerca de los 80 años y su físico refleja su edad y la vida. Su humor siempre es envidiable, siempre te saluda con una sonrisa y nunca es ni demasiado tarde ni temprano para una broma:

-Yo siempre enciendo la luz del portal con esto (me señala un palo de escoba) y aunque a veces cuesta más, siempre le doy. Yo me basto sola –me comenta entre risas-.

Cuando llegué a casa me di cuenta que lo único que difiere a esa persona de mí, es un suspiro…

La vida pasa tan rápido como un guiño, como un parpadeo. Siempre es así de silenciosa, así de tranquila y así de eficaz. Como dice un proverbio árabe: “La muerte está tan segura de su victoria, que te deja toda una vida de ventaja”.

No me entendáis mal, no quiero hacer apología de la muerte ni de su llegada. Sólo quiero haceros ver que la niñez, la juventud y la madurez son eslabones de una cadena que se degradan y que nunca te dejan ver dónde está la frontera ni el territorio de cada uno.

A veces, solo a veces intento darme cuenta de la vida, ser consciente de ella, intentar cogerla con las manos, pero no puedo. Intento darme cuenta de a dónde voy, cómo, con quién, con qué motivo… no es fácil encontrar respuesta a todas ellas, incluso encontrarle respuesta a alguna de ellas es a veces una pesquisa compleja.

“Cuando paras tan sólo un momento y miras en tu interior, en ese preciso instante es cuando te das cuenta si hay algo dentro, si merece la pena la vida, si existen cosas por las que luchar, cosas por las que sentirte vivo”.

Con la primera lluvia de la temporada, me fui a la playa de mi Málaga. El cielo estaba gris oscuro y en el horizonte, dirección de donde vienen las olas, como es costumbre en mi tierra, estaba despejado y la luz del sol bañaba las últimas líneas del mar. Estaba sentado en la arena, el agua empezaba a calar y pese a que no mecía el viento y era aún los últimos días del calendario veraniego, empezaba a tener frío.

No había nadie a mi lado, ni cerca ni lejos y sin embargo me sentía acompañado.
Parece extraño, pero son en esas ocasiones en las que consigues encontrarte contigo mismo, cuando pones en orden tu mente, tus ideas, tus sentimientos, tus penas y tus miedos, y es cuando te das cuenta que puedes acceder a tu alma. Enganchas el USB a la misma y por un momento sabes quien eres y por que.

Aspiré con fuerza para poder llevarme todo aquel olor conmigo, intentando ser la persona más egoísta por una vez. No hay fragancia más agradable que el que mezcla la tierra mojada de lluvia junto con el aroma del mar.

Por un momento merece la pena mirar al cielo, y que se mojen las gafas.
Por un momento merece la pena mojarte y posiblemente coger un resfriado de semanas. Por un momento merece la pena sentirse vivo.

Me acerqué a la orilla e intenté coger el agua. Hice un cuenco uniendo mis manos y las hundí en la espuma que dejaba la ola al morir en tierra. Las sacaba y veía como sin poder evitarlo, poco a poco el agua se salía, se escapaba. Entonces aprendí.

La vida es como el agua, no puedes cogerla ente tus dedos, así no se puede capturar. Sin embargo sí puedes hundir las manos en el agua, sentir como te moja, sentir como te acaricia y te abarca, sentir su calor o su frío, sentir que estás vivo. Así no la cogerás con tus manos, pero tendrás siempre ese recuerdo, esa sensación. Es la forma de capturar el agua, sintiéndola.

Es en ese instante cuando lo ves todo claro. Da igual el tiempo, la edad, el trabajo, los problemas. Te das cuenta que lo que importa es sentirla, la compañía, las historias. En aquel momento estaba solo, pero era feliz, igual que cuando estoy con mis amigos, igual que cuando estoy con mi familia, con la gente que quiero.

Estás rebosante de vida, cuando miras en tu interior y sabes que tienes a alguien, incluso cuando estás solo, no tiene que ser una pareja ni un amorío, simplemente saber que tu teléfono sonará para invitarte a hablar, saber que tienes a esa amiga que acabas de conocer, al compañero del año pasado, a tu familia para regañarte, al amigo de toda la vida para preguntarte por la chorrada más grande, a tu hermana para invitarte a un café.

Lo importante en esta vida, es sentirla.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Una vida

Te quiero. ¿Te acuerdas? Así empezamos la primera vez, así te conocí, éramos muy jóvenes, demasiado diría yo pero los sentimientos son así, nunca sabes cuando van a venir por ti de forma despiadada y sin titubeos.

Recuerdo tu cara, una mezcolanza de miedo y nervios, de sorpresa y temor. Estabas tan bonita, que mereció la pena decírtelo delante de aquel tipo que te acompañaba. Ahora que lo recuerdo no sé cual de las dos caras mostraba más miedo, si la tuya al abordarte o la mía viendo el puño de aquel chico venir hacia mí. Llevaba toda la noche embelesado, como el ateo que ve a un ángel, y tuve que ir al cielo de una manera u otra.

Digas lo que digas te conquisté aquella noche, mientras a los pies del cine del barrio, me ayudabas con la hemorragia de mi nariz que me acababa de provocar tu amigo. Y digas lo que digas aquel beso que me diste no fue de pena, sino de pasión.
Después de aquella noche, vinieron muchas más.

Luego fue conocer a tus padres. Paco, por mucho tiempo que pasase, siempre me vería como el sinvergüenza que le robó a su niña, y no lo culpo, yo hubiera sido igual de protector con mi hija, sobre todo si valía tanto como tú.
Tu madre fue otra historia. Mi imagen de guaperas gamberro del barrio, siempre me abrió puertas, sobre todo si la acompañaba con la simpatía y la sonrisa que heredé de mi madre. Aquella noche fue difícil, pero merecía la pena por ti.

Difícil fue pedirte que te casaras conmigo y no me creí aquella respuesta hasta que todo el restaurante me gritó “sí” a mi novena pregunta de incrédulo.
Nunca tuve un trabajo a la altura que te merecías, un trabajo que me diera para darte regalos caros en los aniversarios, dinero para una casa con jardín como te gustaba, dinero para vestirte como la princesa que eras, dinero como para poder mantener a unos hijos… quizás no tuve suficiente para eso. Pero el dinero no me hacía falta para traerte un abrazo cuando perdiste a tus padres o cuando supimos que no tendríamos niños corriendo por la casa. Tampoco me hacía falta el dinero para traerte una flor cada mañana cuando despertabas o un beso para cada noche que entre sábanas éramos sólo uno. Nunca necesité de lujos para explicarte que eras mi princesa, aunque lo merecieras, y nunca necesité de dinero para amarte.

La vida pasó a tu lado y los achaques de la edad ya eran evidentes. Las arrugas de nuestras caras me dejaban entrever el premio de llegar hasta aquí, el premio de haber elegido bien la compañía.
El día que te dejé en casa mientras iba a por el periódico de las mañanas, se me antoja cercano, como el día que terminó anoche. Quién me iba a decir que aquel beso de despedida, aquel beso de “hasta luego”, se convertiría en el último. Como siempre el destino cruel se llevó tus besos como llegaron, de repente, y aunque durante toda mi vida te besé como si fuera el último, no me parecieron suficientes en aquel momento.

Llevo mucho tiempo esperando este momento, el momento en el que sé que falta poco para volver a verte, sólo espero que sea pronto, y que cuando llegue, me recibas como cuando llegaba a casa del trabajo, como cuando escuchaba tu voz desde la puerta con ese: “te he echado de menos cariño”.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Emigrante

Después de un fin de semana bastante entretenido, volvía a casa.

Estaba en la parada del autobús esperando al maldito 6, ese típico autobús que tarda más que el resto de la plantilla y siempre es el que tienes que coger. Llevaba unos minutos de espera y en la parada estábamos 5 personas: una chica de unos 18 años y dos chavales de unos 9 o 10 años acompañándola; una mujer de unos cuarenta y tantos largos de tez morena, ojos pequeños y cara enjutada; y un servidor.

En breve llegaron 3 autobuses seguidos y en la parada quedamos solo la mujer y yo.
Mientras estaba sentado pensando en mis cosas y con la mirada perdida en dirección a la llegada del bus, ella me dijo:

-Recién llegó el frío.
-Sí, vino de repente como ocurre siempre por aquí- le respondí con una sonrisa.
-¿Usted es de acá? Me preguntó, seguramente al percatarse de cómo enfaticé el “aquí” de mi anterior respuesta y que no tenía acento sevillano.
-Si, soy de aquí.
-De España- dijo confirmando mi respuesta.
-Sí. No soy de Sevilla, pero sí de España.¿Usted de dónde es?- No pude evitar preguntarle para saciar mi curiosidad.
-Soy de Bolivia.

Hubo unos minutos de silencio, en los cuales empezaron a aflorarme preguntas una detrás de otra y no pude contenerme.

-¿Cómo fue la adaptación a este país?
-Bien- Me respondió con una sonrisa en la que se podía ver la tristeza enmascarada.
-¿Notó mucho el cambio?
-Sí bastante, sobre todo en la comida. Acá apenas utilizan arroz y en mi país lo utilizamos para todo. Yo aquí me sigo haciendo mi arrocito. –Me confesaba con una sonrisa mientras me hacía gestos con las manos-.

Después de esta última respuesta, se acercó y se sentó a mi lado en la parada. Fue cuando empezamos a hablar con más soltura. Le preguntaba y comentamos sobre su situación, el trabajo, los motivos que le hicieron venir aquí, el dinero que hace falta en su familia…

-Se echa de menos, estar lejos de los tuyos es lo más difícil. Cada día te das cuenta que estás lejos y aunque sabes que todo esto es por ellos, para darles alimento y que puedan tener más posibilidades el día de mañana, no puedes evitar estar triste. Rezo para que no pase mucho tiempo antes de que vuelva a verlos.

Ya sea irte de tu ciudad, a otro lugar del país o de emigrante a lugares muchos más lejanos, siempre es difícil adaptarse al nuevo lugar, a las gentes, al vacío que dejan los tuyos.
Desde hace poco charlo, cuando los estudios y los trabajos me dejan, con una amiga que conocí. Como la señora de la parada de autobús, también ella tuvo que dejar su país para luchar por una nueva vida. Muchas veces han sido las que hemos hablado de su país, de cómo es vivir en España cuando eres inmigrante, de la vuelta soñada, de los suyos que están lejos… Cuando hablo con ella siempre me intento poner en su lugar, sentir lo que puede ser estar así y no es fácil.

No soy precisamente la persona más familiar de este mundo, más bien todo lo contrario y aún así se echa de menos a la familia, a los amigos…

Sin duda alguna, tienen que ser momentos duros. Al hecho de estar lejos de tu hogar tienes que sumarle la soledad del nuevo lugar. Hacer amigos no es fácil, aunque conoces a gente nueva, no es lo mismo cuando tienes que empezar de cero. Cuando enfermas, cuando pasas esos malos momentos no tienes a nadie que te pueda dar consuelo, que te pueda dar esas fuerzas que a veces todos necesitamos, y sin remisión, tienes que saber salir tu solo de cualquier problema, de cualquier situación. Es ahí cuando te das cuenta que tu mundo ha cambiado. Y a veces recurrir a alguna mano amiga que te suplante la mano de una madre, de un hermano o de un amigo se antoja difícil.

Por fin llegó el autobús después de que nos diera tiempo para charlar un rato interesante, el suficiente como para desear que le vaya bien en la vida.

-Ahora tengo un nuevo empleo, después de unos meses trabajando cinco días acá y cuatro allá por fin encontré algo mejor.

Aquello me alegró y se lo dije, deseándole que le fuera bien.

Subimos al autobús y vi como se sentaba al lado de una señora bien arreglada, con su abrigo típico de corte inglés color beige y con los puños de tela suave. La imagen cuanto menos era paradigmática, polos opuestos de la vida juntos en dos asientos de autobús.
En cuestión de segundos la señora, con el buen trato que la caracterizaba, ya estaba charlando con la señora del abrigo beige, y en cuestión de otros segundos ambas estaban sumidas en una charla de risas y complicidad, como si fueran amigas de toda la vida. Me di cuenta que todos somos iguales, da igual de dónde vengamos o qué situación tengamos, al final sentimos por igual.

“Hacerte emigrante es hacerte a la idea de que ya nunca más serás ni de aquí, ni de allá.”

Espero que el tiempo pase rápido para que vuelvas a tu Paraguay, y que cuando llegue ese día se pare lo suficiente como para que puedas disfrutar de los tuyos sin pensar en la vuelta.

sábado, 31 de octubre de 2009

Volviendo

Hace unas semanas volviendo de dar una vuelta por el centro de Sevilla en autobús, me encontré con una persona que cuanto menos, turbó mi percepción del momento...

Subí al autobús, y al poco de empezar el movimiento, noté un susurro, que poco después se convirtió en un tarareo. Alguien estaba tarareando alguna canción en alguna parte del autobús. Después de percatarme y encontrar al "sujeto" en cuestión, me quedé observándola. Ella ya no tarareaba, sino que directamente la cantaba.
La canción era "Volverá" y la cantaba con la misma felicidad como si fuera la premonición de su vida.

Era una chica rubia (teñida, todo sea dicho) llevaba unos vaqueros y una camiseta. Su edad rondaría los veintitantos largos cerca de los treinta. Iba mirando por el cristal del autobús y de cuando en cuando cerraba los ojos en demostración de sentimiento musical.

La gente, al igual que yo, la tenía más que localizada. Los gestos de mofa y risas se sucedían en cuestión de segundos, y aún cantando bien como cantaba, fue la diana de todas las burlas.

A ella le daba igual, era feliz y no tenía ningún inconveniente en exteriorizarlo.

Me quedé casi todo el trayecto mirándola, y en una de esas veces, me mantuvo la mirada, me sonrió como si me fuera enseñado la lección del día y mientras veía la lluvia por el cristal del autobús siguió cantando. En el brillo de sus ojos pude ver como se reivindicaba, no atendía a protocolos ni a vergüenzas, ella tenía ganas de cantar de decirle al mundo que ella estaba ahí, ¿por qué se lo iba a callar u ocultar si no hacía daño a nadie? Fue entonces cuando me arrancó una mueca, de esas que parecen decirte: qué tonto fuiste.

Cuando me bajé en mi parada me fijé y seguía cantando sin importarle nadie.

Mientras andaba los escasos metros que separan la parada de mi casa y mientras la lluvia me avisaba de su llegada, pensé cuánto me había enseñado aquella desconocida en un momento, y me vino a la mente cuánto tiempo había estado perdido y esta chica me trajo.

Puede parecer una tontería, puede parecer irrelevante o quizás eran las ganas de volver. Hacía tiempo que no me sentía bien, hacía tiempo que no era yo y lo notaba, y quizás eso sea lo peor. La alegría que un día me caracterizó, se me había escapado como el agua entre los dedos y llevaba mucho tiempo sin ser yo.

Ahora solo espero que pase lo que pase, nunca me pierda si no me vuelvo a encontrar.

Hoy es un día feliz.

jueves, 29 de octubre de 2009

Amigo de Café

Hace tiempo, tomando un café en una cafetería de cuyo nombre no me acuerdo (o no quiero acordarme) y mientras escribía para mí, me preguntó un señor mayor:

-¿Está ocupado el asiento?
-No, está libre.- Respondí de inmediato-.

Cual fue mi sorpresa que en vez de llevarse la silla se sentó a mi lado. Mi cara de incredulidad debió de ofenderle, pues enseguida me presentó su visión de la vida, en modo de explicación…

-La gente ya no hace amistad ni entra en profundas conversaciones como antes -aquello empezó a sonarme como la típica cantinela del anhelo de tiempos mejores- ahora la gente va a su ritmo, a su interés. Lo único que te encuentras cuando vas a tomar el café es gente en grupos que no se abren, que solo se relacionan con ellos mismos y si hay alguien en una cafetería solo es porque está esperando a alguien… bueno o eso, o está acompañado por alguien que pesa más ¿quizás un recuerdo?

El hombre tendría cerca de los 70 años, vestía con camisa de verano de mangas cortas de color rojo suave y un pantalón de color crema. En su cara se podía percibir la vida que le había labrado ciento una arrugas y en sus manos el paso del tiempo recordaba que el trabajo siempre fue duro. En una de esas manos nacía un bastón de color oscuro bien acabado y barnizado. De ojos claros y pelo cano dejaba entrever un pelo rubio de antaño, sobresalían dos cejas de igual color que coronaban dos azules ojos vivos como una lumbre de invierno. Los rasgos de su cara eran bien marcados y podía apreciarse, como un recuerdo de juventud, el porte de un actor de Hollywood. La forma de hablar era lenta pero sin tregua, intercalando bien las frases sin perder un ápice de fuerza, en su ya importante voz de bajo.

El final de aquella extraña presentación me dejaba un poco tocado. Aquel señor pese a que transmitía una gran serenidad me estaba empezando a poner nervioso y por un momento me quedé pensando: ¿qué quería este hombre? ¿Por qué me preguntaba eso? Yo soy demasiado mayor como para que tuviera intenciones malintencionadas y despertara en él algún sentimiento de pederastia, pensaba mientras me aguantaba la risa.

-Perdone, ¿me podría traer un café doble? –Le dijo a la camarera mientras la llamaba con seguridad con uno de sus brazos-. Debo disculparme contigo, no quería ser indiscreto ni entrometido. A veces me dejo llevar por mis intuiciones…
-¿Eso quiere decir que ha intuido que me pasa algo? –pregunté sin achicarme-.
-Sí – me respondió con seguridad-.

La rotundidad con la que me respondió me dejó pensativo, más aún si cabe. Sin embargo aquella situación me inspiraba un duelo, como un reto dialéctico que siempre es bien recibido por buenos tertulianos.

- ¿Y puedo preguntarle qué es lo que ha visto?
- En esta vida hay muchas cosas por las que sufrir, pero solo una de ellas se puede reconocer desde lejos. Además, esa libreta con frases solo quiere decir dos cosas: o eres escritor en busca de inspiración o estás escribiendo lo que te duele, o quizás ambas cosas y seas un poeta… quién sabe.
¿Sabes? Con los mal de amores pasa como con la risa, que no se pueden disimular, son así de hermosos.
-¿Hermosos? ¿Así los ve usted? –No pude contenerme-.
-Hermosos, sí. –Me respondió con una mirada de fe-.
-¿Y qué es lo que tienen de hermoso según usted? ¿Qué ve en ellos?
-Quizás no es lo que vea ahora, si no lo que no he visto. Cuando algo te daña, cuando hay algo que puede llegar a hacerte tanto daño sin consuelo, es porque has sido capaz de sentir sin necesidad de tapaderas ni de filtros ni de tapujos, es porque te ha importado tanto una persona, como para que te afecte. Pocas personas son capaces de dejarse llevar por los sentimientos, pocos son los que aman de verdad, sin ponerse límites.

-Eso es muy bonito, pero no deja de ser una mierda sentirse así –le respondí con desdén- de qué me vale amar sin límites cuando al final pierdes lo que tanto has amado, cuando después de tanto te quedas sin nada.
-Sirve para crecer, ¿para qué si no? Amas y luego lloras y la siguiente persona que venga, la querrás el doble que la última.
-Eso es una soberana tontería ¿merece acaso la pena amar si luego te quedas así, con la compañía de un café y una libreta?
-Me apuesto el riñón que me queda sano… ¿Acaso cuando te enamoraste pensaste que podía haber algo mejor? ¿Por qué vas a pensar ahora que no mereció la pena? ¿Por qué no vas a pensar ahora que no puede repetirse? ¿Merece acaso la pena no vivir todo lo hermoso que hayas podido vivir, con tal de omitir este mal momento? Eso sería como renunciar a sentir, renunciar a la vida. Ser un ser inerte que ni sufre ni padece. Doy gracias porque a día de hoy tenga arrugas en la cara y un poco de arritmia en el corazón, porque eso demuestra que he sentido.

Durante unos minutos me quedé pensando, intentado canalizar mis sentimientos y entenderlo todo. Quién era él para darme lecciones de vida o de amores (empezaba a recriminar mi orgullo) solo yo sé lo que siento y por quién.

Él mientras, tomaba pequeños sorbos de su café mientras hacía como que no esperaba una respuesta.

-¿Cómo se puede pensar ahora que vendrá otra persona, o personas? ¡No se puede, cuando echas de menos a una persona, la echas de menos a ella, no a otras y lo único que quieres es volver a cuando eras feliz!
-Te mentiría si te dijese que en esta vida acaban todas las historias bien. Yo soy de los que piensan que no hay una media naranja para cada persona, si no muchas que puedes ir conociendo a lo largo de tu vida. Nunca sabes cual de ellas puede ser la buena, quizás la última, quizás la primera… quizás se te escape la que valió la pena…quizás pases con la primera 20 años, y con la buena tan solo meses, eso nunca se sabe, lo que importa amigo de café, es querer siempre como si fuese la última, que lo que es seguro, es que si miras hacia atrás nunca serás capaz de vivir el presente, y si existe una felicidad, está ahí delante, frente tus ojos. Mirar al pasado está bien, pero solo como guión aprendido y no como guión por venir.

La sabiduría me había golpeado con rencor. De hecho estoy seguro que fue toda mi pena y lágrimas de días anteriores hecha un mazo, golpeando mi paupérrima alma. Nunca sabes cuando un desconocido te va a dar la lección de tu vida. Eso último lo pensé mientras asimilaba aquellas frases de mi amigo de café, como él mismo me había bautizado.
Y como si terminase la frase de mi cabeza, mientras se llevaba la taza de café a los labios y mascaba una sonrisa de complicidad dijo:

- Nunca sabes con qué café vas a descubrir otra verdad…