lunes, 30 de agosto de 2010

Verso en Prosa

Palabras…

Palabras que no me dejan dormir, que atraviesan mi mente de oreja a oreja, haciendo juego de malabares como circenses en monociclos y cuerdas, mientras pasean por toda mi cabeza luciendo colores que ni llegué a imaginar por su belleza.

Abro los ojos, y ya no estoy en mi habitación sufriendo el calor del Agosto.

Es de noche y estoy en una arboleda, donde el brillo gris y taciturno de la Luna me deja ver unos árboles delgados, finos, apenas mecidos por una brisa suave de primavera. Me acerco a ellos y veo que no son lo que creía, que son palabras enlazadas formando frases y poesías:

Verde que te quiero verde…-dice uno de ellos- Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias…Yo escucho los cantos de viejas cadencias, -me explica otro- que los niños cantan cuando en corro juegan, y vierten en coro sus almas que sueñan, cual vierten sus aguas las fuentes de piedra… Se equivocó la paloma, se equivocaba. -Arranca otro pidiendo protagonismo- Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era el agua. Creyó que el mar era el cielo que la noche la mañana…

Sigo con la mirada las frases desde su nacimiento, donde dejan atrás la madre tierra, hasta el cielo donde se pierden y bailan con el viento. Y tanto se pierden que se confunden las copas con las estrellas… Inalcanzables…

La Luna, celosa de tanta belleza, se pierde en el firmamento dejando sólo a las estrellas como únicos luceros. Pero como sin poder soportar el peso que conlleva iluminar la noche, caen como lluvia sobre mi cabeza, sin discernir si son las palabras hechas copas o las propias estrellas.

No me refugio de la lluvia, no quiero ser grosero ni tampoco podría. Ser bañado con la poesía es más honor que vestir cualquier medalla por quitar vidas. Me inundan las chispas que caen del cielo, las intento cazar como el cazador a la presa y me siento preso de mi propio deseo. En una nube de brillantina me doy por vencido y castigado, no se puede cazar a la rima sino ser sólo su humilde esclavo, hasta que una de ellas se posa sumisa en una de mis manos… la miro... me mira...

Y al mirar de nuevo al cielo, la lluvia se convierte en agua, me he hundido en el mar sin saberlo ni quererlo, pero ahora quiero porque no me ahogo ni me desespero, porque me rodean bancos y bancos de peces de melodías en verso:

Háblame del mar, marinero. Dime si es verdad lo que dicen de él. Desde mi ventana no puedo yo verlo. Desde mi ventana el mar no se ve. Háblame del mar, marinero…Aquí, en esta orilla blanca del lecho donde duermes, estoy al borde mismo de tu sueño. Si diera un paso más, caería en sus ondas, rompiéndolo como un cristal…Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste, ese rizo voluble que ignora el viento, esos ojos por donde sólo boga el silencio…

Nado y buceo detrás de los bancos, sin saber si van o si vienen, sin saber si es mejor seguirlos o esperarlos. Tengo que alcanzarlos, tengo que hacerlos mío, tengo que ser parte de ellos.

Cansado por el esfuerzo y ensimismado en tanta belleza, pierdo la conciencia. Me hundo más, pierdo de vista la rima y las fuerzas, ya no siento ni brazos ni piernas, sólo siento las ganas de ser poema. Y mientras mis ojos se cierran, veo al otro lado del agua la Luna serena, dándome el beneplácito para dormir para siempre en el regazo de mi pena.

Y cuando daba mi vida por perdida, noto los bancos debajo de mi cuerpo, llevándome a la superficie, acercándome hasta la orilla. Los árboles, las estrellas y los bancos me enseñan que no hay manera de coger la rima, de ser poema mas intentar comprender que sólo el que la siente puede utilizarla pero nunca poseerla.

domingo, 29 de agosto de 2010

Un día soñando soñé que soñaba contigo, mientras soñaba.

-Ohh, qué dolor de cabeza, no vuelvo a ir a una fiesta que organice el hijo puta el Conde, siempre mete garrafón y se lleva los pavos.

La mañana empezaba como otras tantas después de pasar una larga velada con el señor “Baco”.

-Eli cariño ¿estás despierta?

-Si, estoy en el salón ¿porque no vienes? Creo que tenemos que hablar…

-¡Maldita sea! –Fue la única expresión que mi boca, súbdita de mi alma, esgrimió contra el destino. Siempre que se empieza con esa frase mal se acaba.

-¿No irás a decirme que me dejas?

-Lo siento, no es por ti, es que eres demasiado para mi.

¿Demasiado para ti? Por qué ese maldito interés en rebajar tu pena o tu malestar haciendo creer que la ruptura es culpa del que rompe. Frases siempre tan recurrentes como: es que no siento lo mismo; no es por ti, sino por mí; te quiero, pero veo que puedo hacerte daño y no quiero hacerlo; fue una noche loca que recordaremos con cariño; te quiero de verdad, pero mañana me voy de ayuda humanitaria; ¡no hablo tu idioma!; ¡ah! ¿Fue contigo?; me caes bien, pero no quiero ir más allá; no quiero perder tu amistad…o una de mis favoritas: Querer te quiero, lo que pasa es que ya no te amo… Vamos a ver, entiendo que amar, es o puede ser un sinónimo superlativo del querer, pero si estás rompiendo conmigo ¡¡¡alma de pollo, será porque querer ya no me quieres!!!

-Pero ¿ha pasado algo, has conocido a alguien?-

-Es que ya no puedo estar más contigo ¡no me agobies!

-Pero tiene que haber una explicación, no puede ser de repente.

-Sabes que ya no estábamos como antes, llevábamos un tiempo en el que nos costaba estar juntos, las peleas, las discusiones.

-¡¡Pero si lo más parecido a una pelea que hemos tenido en los meses que llevamos juntos fue el cara o cruz por la peli que íbamos a ver hace unas semanas!! No me vengas con esas, dime la verdad, me lo merezco al menos.

Durante algunos segundos interminables (pero interminables de verdad) esperé alguna respuesta de aquellos labios temblorosos (o temblones, pronúnciese según la ubicación geográfica) por fin se dignaron a presentarme una respuesta:

-Me he acostado con Fran.


-Oihh-

El más grande de los terremotos no hubiera sacudido con más fuerza mi pobre cuerpo y como es de esperar, entre sudores sudorosos me desperté gritando como una loca, igualito que aquel fin de año en el cuarto oscuro de la casa de Germain.

Con un dolor de cabeza más grande que Versace en un rastro y mi boca sabiendo a cosmopolitan, empecé a sentirme un poco fuera de lugar. Qué cosas más raras puede llegar a soñar uno. Con tranquilidad sin querer romper el Chi del momento ni mi manicura de 170 euros, fui a ver si estaba a mi lado mi cariño…

-¡Ooooooooooh! ¡Qué horror! ¡Tú no eres mi cariñín!

-¡Joder! ¡Ni tu Brad Pitt! No te jode ¿Tú quien eres?

-¿Yo? ¿Quién eres tú y qué haces en mi casa?

-¡Perdona plumón pero esta es mi casa!

En aquel momento todo lo que contenía mi estómago empezó a hacer por salir, los nervios me estaban jugando una mala pasada. Y es que aquello no podía ser verdad, qué hacía en una cama que no era la mía, desnudo, sin recordar qué había ocurrido ¡yo que siempre me jactaba de beber como una cosaca! Y lo que era peor: ¡con una mujer! ¡Yo! ¡Que desde los 4 años que le dije a mi madre que me gustaba Sean Conery, que siempre me prometí que mientras hubiese camioneros no pisaría la misma cama que una mujer!

No pude aguantarlo y salté de la cama con demasiado ahínco y escasez de estática, de manera que mi 1’80 fue a reunirse con el suelo de cabeza y no con los pies!


-Menuda ostia nene.

Y el frío del mármol de la habitación me reanimó y despertó como ducha fría en invierno.

-Y que lo digas tío. No te puedes hacer una idea de lo que uno puede soñar cuando bebe tanto whisky. ¡Ni tampoco cómo puede acabar! De hecho después del tercer o cuarto cubata ya no me acuerdo de ná, menudo desfase...

Fue en ese momento en que empecé a ser consciente de porqué el frío del mármol utilizado en la solería del suelo, me había despertado de tan rauda manera.

-Andrés ¿qué haces desnudo tío? Y yo ¿por qué estoy también desnudo en la misma cama que tú? ¡¡No me jodas Andrés!! ¿Qué cojones ha pasao esta noche?

-¡Cómo quieres que lo sepa si no me acuerdo de ná tampoco!

-Tranquilo, tranquilo, seguro que ha sio una borrachera inocente y el calor del alcohol y del Otoño a veces es mu pesao…-Intentaba auto-consolarme- ¡¿Pero, qué estoy diciendo si no hace ni 20 grados?!

Entonces, como el movimiento esquivo de una perdiz que el cazador reconoce de forma nimia con esa parte del ojo que más que ve percibe e imagina, reconocí en la mesita de noche un envoltorio de preservativo abierto.

-Andrés joder, esto no puede estar pasando ¡¡¡¿qué_ es_ eso_ tío?!!!

-Vamos no me jodas…

-¡¡No Andrés, yo te juro que no te jodo y por tu puta madre no vuelvas a decir esa frase!!

-Vamos a calmarnos tío, vamos a calmarnos y a intentar ver qué mierda a pasao.

-¿Pues es que no está claro? ¿Es que no lo ves? Que nos hemos vuelto maricones de un día para otro, en una noche, que nos hemos cambiao de acera, que nos hemos dao por culo tío! Qué asco por dios!!

-Jaime no te pongas en plan homófobo que pareces imbécil!

-¿Que los defiendes? ¡Tú eres maricón! Eso es lo que tú eres, me has emborrachao y sabrá dios qué mierda me has metío en la copa, porque por mucho alcohol que me eches yo no me dejo follar por un tío, que uno es mu hombre, -y en ese preciso instante empecé a llorar- ¿qué me has dao para que me haya dejao desvirgar? ¡Y encima de esta manera!

-¿Pero qué hablas Jaime? Se te está yendo la pinza, que yo no soy gay, tiene que haber una explicación más sencilla joder…

-Si al menos me lo hubieras dicho de hombre a hombre, uno incluso se lo piensa, son muchos años de amistad, tío y yo te quiero, pero esto no se hace. En un momento dao pues qué quieres que te diga, el amor entre hombres lo mismo no es tan malo, mira Bróbámontain, que es hasta bonito… creo que me cuesta andar un poco, joder Andrés que me duele aquí detrás… ¡Y encima soy pasivo!

-¿Pasivo? ¡Tú lo que eres es imbécil! ¡Que yo no te dao por culo tío!

-¡¡¿Reniegas de mi?!! ¿Qué pasa? ¡Que no te ha gustao la noche y ya uno es mierda!

-¡Como no te calles te meto dos hostias!

-Que sepas que eso es violencia de género. Creo que me están entrando ganas de vomitar. Joder, estoy embarazao ¡Yo no soy una cualquiera que puedas ir dejando por ahí preñá!

Entonces no pude contener las ganas de vomitar y me fui directo al baño, allí, como la solución a la cuadratura del círculo, encontré colgadas en la varilla de la cortina de ducha nuestra ropa y como secuencias perdidas de una vida, vinieron una detrás de otra las imágenes de: cómo la cuarta botella de whisky se nos partió al intentar emular a Tom Cruise en Cocktail encima de la comida que aún quedaba en la mesa y nos pusimos perdidos; de cuando estuvimos jugando con el globo preservativo al rugby; de cuando nos quitamos la ropa para lavarla en la bañera y de la soñarrera que nos entró al final después de emular durante más de una hora desnudos el “trompa” a lo Shinchan.

-¿Qué cosas verdad? Fue lo único que me dio tiempo a decir antes de que Jaime me lanzara el mejor derechazo que he visto (sentido, escuchado y rebotado).


-Ohh, no vuelvo a ir a una fiesta que organice el hijo puta el Conde, siempre mete garrafón y se lleva los pavos. Y para colmo vaya sueño raro.

Aquella mañana empezaba como otras tantas después de una larga velada con el señor Baco. Sin embargo pronto me daría cuenta que el destino está escrito.

-Eli cariño ¿estás despierta?

-Si, estoy en el salón ¿porque no vienes? Creo que tenemos que hablar…

jueves, 26 de agosto de 2010

Caminante no hay camino...

A veces lo mejor es no sentir, así no padeces, no sufres.

Querer a una persona supone dar algo. No es nada físico, nada material. Es algo que sólo se ve si lo sientes, algo que cuando lo das, ya no lo puedes recuperar.

“El amor es como una flor, como una rosa. Como un regalo que alguien da a una persona y una vez que la has entregado, ya no hay vuelta atrás. Si pierdes, tendrás que esperar a que la flor vuelva a crecer, tendrás que esperar a que vuelva a nacer.”

Cuando pierdes a una persona, notas como se va una parte de ti, sientes que algo se quedó con ella. Es quizás una de las partes más difíciles cuando pierdes a alguien, ese sentimiento en el que te das cuenta que algo ha cambiado, que la realidad ya no es como la recordabas.

-Le Van, un vietnamita de la provincia de Quang Nam, desenterró el cuerpo de su mujer y estuvo durmiendo con ella durante 5 años. El hombre inicialmente iba a dormir al lugar de su sepelio, más tarde y después de cavar un túnel para dormir a su lado y evitar las inclemencias del tiempo, sus hijos, enterados sobre el asunto, le prohibieron ir por considerarlo demencial. Sin embargo Le Van no consintió el estar separado de ella. Desenterró a su mujer, la cubrió con arcilla y le dio forma humana, la vistió y así estuvo durmiendo con ella en su casa durante 5 años.

Cuando le preguntaron Le Van dijo: “Tan sólo quería abrazarla para dormir”.

Suena escabroso, muy escabroso, sin embargo no dejo de verle una gran carga emocional a esta noticia, o mejor dicho a este señor.

¿Merece la pena? Pregunta llevada hasta la saciedad, pero no dejo de planteármela una y otra vez. Pienso en ocasiones, que la vida sería más llevadera sin sentimientos tan extremos. Sentir hasta cierto punto y nada más, sin llegar a amar con el corazón, tan sólo ese cariño o ese amor que se le puede procesar a un amigo o familia… ¿No sería todo más fácil? Que pena que no se pueda tener un botón con el que poder regular la intensidad del amor. (Si tuviésemos ese botón, seguro que al final lo pondríamos siempre al máximo).

Un buen amigo, parafraseando una cita de un escritor británico llamado Clive Staples Lewis, me dijo una vez: “Somos como bloques de piedra, a partir de los cuales el escultor poco a poco va formando la figura de un hombre. Los golpes de su cincel que tanto daño nos hacen, también nos hacen más perfectos”.


Aquellas palabras me sirvieron de mucho en aquel momento, sirvieron como medicina pero también como reflexión.


Mi primera respuesta mental a aquel comentario fue rápida: ¿Para qué ser entonces más perfectos? Pese a la cualidad que eso puede aportarte como persona, ¿merece la pena sufrir para llegar a ser mejor? Supongo que cada cuál tendrá su propia visión de la perfección y por supuesto las metas de cada individuo son personales. Pero no deja de ser esto algo relativo. En las cuestiones amorosas no existe un patrón o un comportamiento establecido. Quiero decir: cada persona busca la verdad y la perfección en los distintos estamentos de la vida. Por descontado, todos intentan llegar siempre a un fin de felicidad, pero ¿Qué es llegar a la felicidad? ¿Conseguir un buen puesto de trabajo, conseguir una buena casa, conseguir una pareja que te llene o conseguirlo todo a la vez? Si el fin es la felicidad, personalmente creo en ese sacrificio, en ese dolor.


Conseguir un puesto de trabajo, supone años de estudios, de horas de trabajo y de anteponer las obligaciones laborales a momentos de amistad o familiares. Te marcas una meta, pero todo lo que recorres en esa carrera, en esa empresa hacia un puesto laboral competente, son progresos, siempre pasos hacia delante, nunca o casi nunca hacia atrás. Si intentas conseguir la felicidad en el amor, ¿cuándo sabes que estás caminando hacia delante y cuándo sabes si estás caminando hacia atrás?


Supongo que al fin y al cabo lo importante en el amor es caminar ¿o no?

sábado, 21 de agosto de 2010

Elliug

Sin ninguna duda,

mirar atrás es recordar risas y momentos,

recordar una infancia y una vida.

Hará ya más de 16 años cuando pisé de forma perenne mi Málaga. Recuerdo la incesante ola de calor de aquel verano, el Mundial de EE.UU. dándome la bienvenida en una tele sin mando a distancia y con los colores perdidos por el tiempo. El olor a pintura, muebles viejos, una luz que entraba por la ventana y que no reconocía al igual que aquel aroma a mar, escombros en las esquinas de un piso de sesenta y pocos metros, desayunos en una silla rota al borde de una nevera de plástico y las ganas de vivir.

Hay muchas sensaciones y muchos recuerdos de aquella vida nueva: me acuerdo de las horas de clase muertas y eternas, de los recreos corriendo al "poli-ladrón", de Los Arcadia y de todas esas horas que pasaba allí, el tiempo entre balones, entre historias de niños y no tan niños redescubriendo la vida, pero sobre todo, siempre que recuerdo mi infancia en aquellos tiempos, me acuerdo de Guille.

Sería en una clase de “conocimiento del medio”, con aquellos cuadernos en los que había que pegar, pintar y colorear mapas de Andalucía para aprender sobre las materias primas, industrias y otras cuestiones tan intranscendentales para un niño de 10 años. Me acuerdo que entre risas y pedorretas en el silencio de clase, iniciamos aquella amistad y pese a las recomendaciones de la tutora para que me alejara de aquel niño que era tan mala influencia, yo me hice el loco y me negué en rotundo a dejar escapar la posibilidad de fraguar semejante alianza que tantos buenos momentos prometía.

Después de aquello, recuerdo la conquista de Los Arcadia, urbanización donde me sentí por primera vez como un pirata con todo los mares por descubrir. La botella; partidos de fútbol; de baloncesto; en verano las guerras de agua; aquellas partidas de rol en los portales de los bloques. Pero lo que nunca olvidaré serán las tardes jugando a la videoconsola y dando gritos mientras nos sumergíamos en la morgue de Resident Evil, los “partidos” de baloncesto en aquella “minicasta”, las partidas de Risk, las guerras de la “pelota que bota” y tantas anécdotas que saturarían el blog.

Pasó el tiempo y con él llegaron los cambios. Los partidos de fútbol y baloncesto dejaron paso a las charlas y tertulias sobre la vida, las guerras de la “pelota que bota” dejó paso a los paseos y a los bancos comiendo pipas. Y como un suspiro llegó la universidad.

Recuerdo las conversaciones con Guille sobre aquel nuevo cambio, aquella nueva vida que se abría a su paso y que aún no asimilaba con buenos ojos. Nueva gente, nuevo entorno y la desconfianza de las nuevas amistades. Aquel temor que me confesaba no era nada para mí, yo sabía que no tendría mayor problema para conocer gente y hacer amistades, a mi lo que me aterraba era perderle a él, aquella amistad, y que se diluyese en otro mundo y que se evaporase en el tiempo.

Me gusta mirar al pasado, y saber que lo que realmente se evaporó fue aquel miedo que tenía. Las buenas amistades tienen mejores y peores momentos, pero siempre están ahí, cuando las necesitas, al menos es lo que me gusta pensar y así es como me lo ha demostrado.

Los malos tiempos siempre están presentes a lo largo de nuestras vidas, lo que hay que saber es que son pasajeros, aunque duren demasiado, siempre serán pasajeros. Y que siempre están los amigos, para que esos momentos, no sean al menos tan malos.

Recuerda que por fuerte que sea la soledad, siempre estará sola, tú tienes a buenos amigos que lucharán contigo en cualquier batalla.

Ángel, no te arranques las alas, porque llegará el día en que te harán falta para volar muy alto.

lunes, 2 de agosto de 2010

Habitación 711

Son cerca de las 4:00 de la mañana. Es finales de Junio y en la noche malagueña se siente la brisa fresca que aún se impone al recién llegado verano.

Las ventanas son grandes y altas, cuadradas en sus proporciones y como una pantalla de cine me muestran los secretos del cielo que cubre la ciudad: ora un avión, ora el parpadeo de un barco en el mar, ora el horizonte recortado por el hilo que separa la antítesis de un cielo sin faroles de la alfombra de luces que cubre con cariño la ciudad.

Puedo ver las grúas del puerto y las colmenas que cobijan a los paisanos, puedo ver los coches subir y bajar la avenida, las ambulancias llegar al hospital y mi reflejo en el cristal de la ventana de la habitación 711.

Intento encontrar una posición en ese sillón tapizado en tela negra de olor vacío y frío y misma temperatura. Lo inclino y me giro, me cambio de postura, vuelvo a erigir el respaldo, saco el reposa-pies, intento cerrar los ojos, intento no pensar, dormir boca arriba. Al final vencido por la situación vuelvo a abrir los ojos y me vuelvo a encontrar con mi película, con mi cine en la ventana.

En la habitación reina la oscuridad, mi portátil es lo único que ilumina esta cueva, lo único que ilumina las camas, el pequeño armario y mi cara adormecida contemplando la pantalla. A veces mis ganas de dormir intentan engatusarme con promesas banales de un sueño reconfortante sobre la segunda cama de la habitación que yace vacía a mi lado, sin más dueño que mi libro de historia de la arquitectura que me mira como intentando dar algo de sentido, lógica y razón, para que no caiga en la trampa.

Hace 36 horas que terminó la operación y después de más de un día de dolores, mal cuerpo, agujas, pastillas, sondas, puntos… por fin duerme aunque sea por un par de horas. Nunca me he considerado un hijo modelo, ni tampoco familiar, pero son en estos momentos, en los que sólo hay pensamientos para ella.

La noche me lleva sin yo desearlo a las mismas preguntas, respuestas y dudas, que llevan atormentándome semanas. ¿Por qué tanto misterio? ¿Por qué tanto silencio?

En pocos días me acababa de enterar de todo, operaciones ya pasadas, visitas a los hospitales, prueba tras prueba y de repente un día una llamada de teléfono:

-Me tienen que operar de urgencia.-

Ahora, después de la operación, aún no sé nada. Mirando papeles, diagnósticos y citas escondidos por casa, aparece como el nubarrón negro sobre el cielo azul, la palabra que tanto miedo da siempre y que detalla la especialidad: Oncología.

No es secreto que mi madre y mi padre son y serán los protectores más acérrimos de la estabilidad del hogar, aunque eso les lleve a ocultar todas sus penas y llevarlas de forma mártir a las espaldas. Durante días no dicen nada, no comentan, cambian de tema, no muestran más pena que la que inevitablemente muestran sus ojos, esa es la que no se puede fingir.

Entre preocupación, risas, lágrimas contenidas y recuerdos de niñez, paso gran parte de las horas en las que hago guardia en la habitación. Me vienen los momentos más cálidos de aquellos inviernos en el pueblo, los veranos interminables pero a la vez tan rápidos que pasaba en la piscina mientras escuchaba la radio que mi madre ponía en la ventana en modo de hilo musical. Los bizcochos recién hechos enfriándose en la mesa de la cocina, mientras hacía los deberes del colegio y mi madre veía en la televisión “Tal Como Somos” de los primeros programas de Canal Sur, o como ella lo llamaba, el “programa de los pueblos”… También recuerdo el primer invierno que vi nevar mientras celebraba mi sexto cumpleaños y mi madre salía con miedo por el porche gritándome que me pusiera el abrigo, los guantes y el pasamontañas. Recuerdo las navidades en las que veía cómo montaba aquellos grandes belenes con todas sus piezas y en las que también se emocionaba cuando se acordaba de su familia y de los que faltaban.

La idea de perderla me aterraba, casi tanto como la de verla apagarse por culpa de un cáncer. Ella que siempre fue la fuerza, las ganas y el ahínco, ahora tenía que ayudarla a casi todo. Es ley de vida, pero aún es joven, me negaba a dejar de creer.

Después de varias semanas de espera, y en mitad del postoperatorio, por fin recibimos la noticia de que el tumor de tres centímetros y medio y los 17 pólipos, han sido extirpados y no hay señal de que hubiera contagiado en otras áreas.

Mi madre aún no se lo cree, igual que nosotros, y aún más escépticos los médicos. No daban crédito a que aquella circunstancia no hubiera afectado a más órganos. Sea como fuese, siempre creeré que esa fuerza y ganas que a veces esconde mi madre entre penas y cifras de cumpleaños, fueron las que le ayudaron a sobrepasar todo este mal trago.

Ahora vuelvo a tener la bendición de seguir escuchándola para que me ponga el abrigo para salir a la calle, de que coma más de lo que puedo comer, de que no trasnoche y el placer de oler los bizcochos al llegar a casa en navidad y espero que por mucho más años.