martes, 29 de diciembre de 2009

Una Noche de Fiesshta

Miro por la ventana, y a través de ese cristal, como si separase dos mundos completamente diferentes, veo llover. Son las tantas de la noche y sin querer irme a dormir, como si eso supusiese dejar de vivir o aprovechar el momento, me resisto a meterme en la cama.
Tengo el teléfono móvil en la mano, y sin querer evitarlo ni un momento más llamo a algún amigo. En estos momentos uno necesita de esas compañías que no conocen horas ni (por qué no decirlo) tampoco límites.

La noche empieza entre alcohol, conocer a algún que otro camarero o recurrir a esos lugares a los que uno suele estar más tiempo que en su casa, tiene recompensa cuando empiezan a invitarte a copas. Entre risas, charlas, recuerdos y disparates uno acaba hablando de las proezas que nunca nacieron y prometiendo comerse el mundo en sólo una vida, como buen borracho. Es en estos momentos en los que pierde veracidad aquello de: “los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad”.

-No deja de mirarme, yo creo que le gusto – he aquí el inicio de una acción pueril-.
-¿Sí? ¡¡Pues ve y lígatela!! – Siempre son de ayuda los buenos consejos de los buenos amigos-.

-Perdona, he notado que no dejabas de mirarme, es curioso porque a mi también me gustas –siempre intentando aparentar que la pronunciación no tiene una relación directamente proporcional con el nivel etílico-.
-Sí, no dejaba de miraros por el escándalo vergonzoso que estáis haciendo –cómo una frase puede llegar a hundir a un hombre-.

La noche es joven y nuestros hígados también, así que no nos desalienta la pequeña derrota, este ejército puede llegar a ser grandioso!!!

-Espérate, voy a llamar a un amigo que también salía esta noche, a ver por donde anda.
-¿Tiene amigas? –Pregunta siempre obligada-.
-Hombre, amigas tiene. –Respuesta típica de amigo graciosillo-.
-Me refrerio, refiro… (Cojo aire) me refiero si va con amigas, gilipollas. –el insulto es para marcar el terreno-.
-Pues creo que sí, porque este siempre va con amiguitas a todas partes.
-Bien bien. –con tono de obseso sexual-.

-…(Conversación telefónica) …venga vamos para allá. –la frase de mi amigo me activa y despeja como una ducha fría.

Nos dirigimos a una de las zonas de marcha de la ciudad, allí nos está esperando el amigo con el vergel de féminas que nos adularán y manosearán entre bailes obscenos y provocativos, mientras nuestras manos, ardientes de lujuria, recorrerán sus cuerpos sin conocer timidez, hasta que alguna de ellas diga entre susurros y besos lascivos en la oreja: ¿en tu casa o en la mía?

Llegamos a la discoteca en cuestión, le damos el toque a nuestro “contacto” y en cuestión de unos segundos sale de la puerta de la discoteca con otro amigo para hacer ver a los gorilas de la puerta que somos conocidos.

Pagamos la entrada. Nos devuelven el cambio sin mirarnos a la cara. Y cuando nos miran lo hacen como si fuésemos violadores. Nos arremeten dentro del local…

Al parecer tienes que ser conocido para poder entrar en una discoteca hoy día, no me quiero imaginar si no tienes contacto…

Cuando estamos dentro del local veo con asombro a la par de con estupefacción, que el grandioso grupo de vergel de féminas es una gran plantación de zanahorias (nabos, pepinos, calabacines, dispongan a su gusto de sinónimos).

-¿Y las tías? –Pregunta el amigo de mi amigo-.
-¿Pues no eras tú el que estaba con tías? –Mi amigo intentando comprender algo-.
-¡Joder macho! –Responde uno de los agrupados del grupo del amigo de mi amigo-.

Entablamos entonces una conversación-discusión, a cuál más sencilla en contenido y rica en sinónimos malsonantes en el continente, para ver cuál de aquellos allí reunidos era más despreciable. Al final de la misma, decidimos buscar a un tercer enlace para ver si conseguimos mujer alguna, ya que la homosexualidad no está bien vista en la religión de entre los procesadores allí reunidos.

-Voy a llamar a “Migue”, que me dijo que estaría por aquí cerca. –nunca el nombre de un hombre me sonó tan agradable-.

Después de una breve conversación, ponemos rumbo al siguiente destino.

¡Qué mala pata! (así podríamos resumir la situación venidera)
Uno de los amigos del amigo de mi amigo, se lleva por delante el “cubata” de un caballero de unos veintitantos años con una musculatura bien pronunciada a través de su ropa bien elegida de la tienda de ropa de moda del momento, el cual además lucía y dejaba entrever por aquellos lugares donde la ropa no le cubría, (es decir, cabeza, brazos, parte de pecho y espalda) unos tatuajes y adornos más típicos de las tribus perdidas del amazonas que de un homo sapiens sapiens civilizado.
En cuestión de un momento pasamos de la más absoluta tranquilidad (música a 400 decibelios, roces de gentes sudorosa, suelo que parece estar cubierto con velcro y que llevas los zapatos de un telettubie, luces megahiperteragigabrillantes y además parpadeantes) a una situación más que desagradable (música a 400 decibelios, roces de gentes sudorosa, suelo que parece estar cubierto con velcro y que llevas los zapatos de un telettubie, luces megahiperteragigabrillantes y parpadeantes y un tío de unos 98 kilos con 1,90 de estatura, mirando con mala hostia mientras sujeta al amigo del amigo de mi amigo por la solapa de su camisa).
Gracias a dios, mi madre me dotó además de: un cuerpo envidiable, una belleza sin igual y una sonrisa cautivadora, de una labia que ya la querría para él el mensajero de Gerjes en la película 300 antes de caer al foso.

Me costó los pavos de dos cubatas y 45 minutos haciendo de consejero espiritual con el muchacho “cachetuo” para conseguir salir de allí con todos los dientes intactos del amigo del amigo de mi amigo y con un nuevo amigo. Eso sí, la pasta de los dos cubatas fue exigida al torpe que le tiró el cubata por mi valentía y por trámites burocráticos de daño doloso.

Por fin llegamos al punto de reunión. Entramos a la discoteca y encontramos al grupo en cuestión. Después de unas presentaciones y de olvidar un nombre detrás de otro pasamos a la acción. Como buen escuadrón de élite, ojeamos el lugar y en cuestión de segundos teníamos más que fichadas a las posibles candidatas para una noche de pasión.

Sólo diré que toda la labia que me ayudó a salir del bache “incidente con el gorila”, se me había quedado allí, con el gorila. Después de varios cartuchos: bailes, roces, sonrisas, miraditas, guiños, llegamos a la conclusión que tantas mujeres no pueden estar equivocadas. Había que admitirlo, nunca llegaremos a perder la virginidad…

Por eso hoy miro por la ventana, y a través de ese cristal, como si separase dos mundos completamente diferentes, veo llover. Son las tantas de la noche y sin querer irme a dormir, como si eso supusiese dejar de vivir o aprovechar el momento, me resisto a meterme en la cama.
Tengo el teléfono móvil en la mano, y me está llamando ese amigo mío. En estos momentos uno no necesita de esas compañías que no conocen horas ni (porqué no decirlo) tampoco límite.
Descuelgo:

- Buenas noches y vete al carajo.

martes, 22 de diciembre de 2009

Hablemos de economía

Como si atravesase una nube para luego salir al otro lado…
Como si dejara atrás toda la neblina que empaña mis ojos…
Así empiezo a verla.

Como una gota de lluvia en el cristal: con calma, con sigilo y con ternura, así recorro cada parte de su cuerpo con mis ojos, yendo y viniendo de un extremo a otro, alargando el tiempo lo máximo posible sin importar frontera ni limitación.

El deseo y el momento se hacen eternos a la espera de rozar su cuerpo. No acaba nunca este instante, en el que mis ojos se clavan en sus curvas y escudriñan una a una cada nube de ese cielo. Me pierdo, me pierdo sin remedio.

Mis dedos, insignificantes ante su fuerza, se hunden entre su pelo, como intentado conquistar los mares del mundo a bordo de un simple velero.
Me hundo, porque morir ahogado en sus aguas es lo que quiero.

Y tan sólo las yemas de mis dedos son dignas de tal locura, de tal fantasía, y con la misma elegancia de un bourrée, camino por los lunares de su espalda. Mis dedos se hacen parte de su cuerpo, siento su calor, siento su textura y como el vicio inconfesable que es, me siento parte de ella, parte del momento.

Las palmas de mis manos no dejan pasar la ocasión en el que entran en juego; sentir como quema su calor, quitar uno a uno los botones de su ropa, retirar con suavidad esas prendas que aún rebeldes se antojan perennes, dejar libre el cuerpo del pecado para el pecado. En este momento cambia la percepción, las manos ya no son pasos de bailarina, ahora son el guía que abre el camino de la senda a recorrer acariciando suave, con delicadeza pero también con firmeza.

Enajenados en deseo y envidia, mis labios gritan con caricias los besos que le debe el momento, y sin prisa, con calma, rozan el cielo cuando sienten el calor de su cuerpo acabando con este anhelo. Y entre beso y beso aprecio el olor que embriaga mis sentidos, el olor a su piel, sin perfumes ni ungüentos, tan solo la fragancia que reina en todo su cuerpo.

Subiendo por la espalda hallo el tesoro de su cuello, oculto bajo el océano de su cabello justo al lado del naufragio de mi velero. Y con parsimonia recorro cada parte de él, superando la distancia que separa mi boca de la suya.
Sin espera, sin titubeos ni dudas, abordo el barco de sus labios con la misma pasión con la que se abraza al que se va y con el que se recibe al que llega.
Casi al unísono nos amoldamos, como el árbol al horizonte y el pájaro al cielo.

Trota y galopa el corazón mientras con tiento aparentado recorro su cuerpo con mis manos, empiezo desde su cuello y bajando poco a poco hasta llegar al momento en que hago uno y mío su cuerpo y mi pecado, que no es pecado sino cielo, desear con tanto deseo y querer sin tapujos lo que da vida a mi vida, lo que da sentido a este momento.

Siento su piel que abarca mi piel, calor es lo que siento y por el calor ha de ser por lo que me pierdan sus besos.

Y con la locura que es saber morir entre rosas, mientras muere uno a uno cada dedo de mi mano en su boca, te dejas llevar por la corriente, te dejas llevar por el son que marcan sus piernas y por el ritmo que marca su cuerpo… como si bailáramos un tango, sin descanso ni intermedio, dejándote ir con cada paso, un poquito más cerca del cielo.

Ni cien olas llegaron a humedecer tanto nuestros labios, ni cien tormentas consiguieron mecer tanto nuestros barcos. La pelea que es saber quién gobierna a quien ya no vale la pena, porque el que gana es el cansancio, el cansancio de expresar lo que se siente muy adentro utilizando nuestros cuerpos, el cansancio de llegar al cielo y volver en un suspiro que se antoja casi divino.

Y mientras miro y observo cada parte de su cuerpo, viendo como sube y baja la marea con la respiración aún exaltada, tranquilizo mi alma enfermiza que espera sin paciencia para volver a naufragar en el océano de sus besos y los mares de su pelo.

Bendita muerte caer una y otra vez entre sus brazos de pecado, bendita espera que aviva la ilusión de volver a sacrificar mi velero, de volver a morir ahogado entre las aguas del deseo.