sábado, 20 de marzo de 2010

Quemando cartas

Pensaba en mis cosas, caminando deprisa como siempre, sin pausa ni tiempo para pasear. Y justo en el momento en que ya no miraba al frente, sino que veía, te encontré delante. Con tus vaqueros de ancha pernera y tu camiseta de color oscuro. Justo en aquel momento se clavaron tus ojos en los míos.

El tiempo en reaccionar me dio el espacio que se recorre en 5 segundos, y no pude aguantar, tuve que girarme para volverte a ver, volver a ver tus pasos y tu cuerpo separarse de mí.

“No te conozco y ya te estoy echando de menos”.

Pero el destino me tenía una sorpresa preparada, a ti y a mí, la sorpresa de que te giraras por no contener la curiosidad de volver a cruzar las miradas.

Después, una sonrisa; después un saludo; después una conversación… y después todo.

Yo quiero esto, este recuerdo que tengo grabado por ser, quizás, el primero. Quiero también nuestras charlas por las noches, charlas eternas a la luz de una vela, los paseos sin destino, las promesas de futuro y las ilusiones del mañana flanqueadas en los cafés del casco viejo.

Quiero quedarme con la ilusión y la locura del verano que nos escapamos con el coche de tus padres, con los nervios del día anterior a preguntarte si querías casarte conmigo y con las lágrimas cuando me dijiste que sí.

Quédate tú con la casa, con el coche y con los regalos de boda.

También puedes quedarte con las excusas y los besos fríos, los almuerzos a tu lado pero sin ti, las cenas sin palabras, las noches en vela esperándote en casa y los amaneceres en que en nuestra cama sólo estaba yo.

Tampoco tengo interés en retener el recuerdo del olor a otro en tu ropa, la angustia y la fatiga de mi estómago mientras se revolvía pensando e imaginando, las lágrimas mojando la almohada, el no saber qué hacer cada mañana y la sensación al ver tu armario vacío.

Yo me quedaré con Pablo y con Alba, que eran los nombres que queríamos para nuestros hijos.

Con eso yo ya tengo todo lo que quiero. Perdóname que sea egoísta, perdona que sea yo quién decida qué pertenece a quién, al fin y al cabo me quedo con aquello a lo que un día me aferré y tú olvidaste.

Por lo demás que no menciono o que se me olvida, quédatelo, no me sirve para nada. Para cualquier otra cosa, mi abogado estará encantado de atenderte.


Inspirado en el Primer Premio de Cartas de Amor