miércoles, 12 de octubre de 2011

Espejo

-Ana, te dije que vinieras.

-No- Repondió Ana casi sin voz.

-Te he dicho que vengas.

Ana tan solo hizo el gesto de su cabeza. Izquierda y derecha, con miedo, con algo más que con miedo. La sonrisa de Álvaro se rubricó como el rayo en el cielo en una tormenta de verano. Sabía que eso era una puerta abierta, la espoleta que le daba pie a tomarse la justicia de su mano ante tal acto de rebeldía.

-Ana, voy a tener que enseñarte otra vez como tienes que comportarte. Sabes que no me gusta que me lleves la contraria.- Comenzaba a subir la voz mientras se acercaba con actitud amenazante hacia ella. –Luego lloras y me pides que te deje tranquila ¿verdad? –Aumentaba el sonido de su voz. -Luego me vienes con el “no por favor los vecinos nos van a escuchar”, pero en el fondo es lo que estás buscando ¡zorra! ¡Y seguro que luego vas a contárselo a tus amigas! Esas viejas frígidas que lloriquean para que se las folle algún niñato de turno. ¡Y tú eres igual!

-No me grites Álvaro, yo no hago esas cosas y lo sabes.- Intentaba esquivar sus acusaciones.

-¡Claro que sí lo haces! ¿Crees que soy tonto?- Le gritó con toda la fuerza que tenía -¿Que no sé a dónde vas cuando sales con tus amigas o cuando me dices que vas a ver a tu madre? ¡Te vas a ver a algún hijo de puta para que te folle!- Y mientras acababa la frase lanzó a Ana con un revés de su mano por toda la encimera de la cocina, sin poder evitar golpearse el costado izquierdo de su cuerpo con el borde de granito de la encimera. -¿Qué pasa no soy suficiente para ti? ¿No soy lo que quieres?- Le gritaba agarrándola del pelo y levantándola del suelo, mientras Ana era incapaz de reprimir el dolor y el llanto- ¡Yo te daré lo que te mereces!- Y como si fuese una pequeña muñeca de trapo le golpeó la cara contra la puerta del frigorífico.

Con la violencia de los golpes se habían desprendido una puerta de armario y dos cajones: el de los trapos de cocina y el de los cubiertos y Ana estaba encima del último. Cayó de rodillas al suelo apoyada en sus manos y debajo de ellas el universo de plata, regalo de bodas no muy lejano que ahora se teñían de rojo al recibir la sangre de su mejilla.

Ana no decía nada.

- Sé lo que hablas con tus amiguitas. Sé lo que habláis de mí ¡y no te lo voy a tolerar!- Volvió a agarrarla, pero esta vez de la nuca y la arrastró hasta el salón. La golpeó contra el mueble que dominaba la entrada a la habitación mientras le gritaba y le insultaba.

- Lo siento, en serio que lo siento- le comentaba con la tranquilidad del padre que le quita el juguete a su hijo por comportarse mal- Pero tienes que aprender a respetarme, a darte cuenta quién es el que manda en esta puta casa.- Se desprendió de su cinturón con larga y nerviosa ceremonia mientras se mordía el labio inferior y se bajaba los pantalones.

Ana seguía sin decir nada.

Se inclinó sobre ella, la levantó del cuello y la tiró sobre el sofá de la habitación. Ana seguía sin decir nada y su cara no mostraba terror, no mostraba pena, simplemente mostraba cansancio, el cansancio de la escabrosa rutina de la violencia

La agarró del hombro y la giro, y al hacerlo le arrancó la blusa con la misma indiferencia con la que se arranca el plástico de una revista, el sobre de una carta. Ana quedó semidesnuda y en silencio, por supuesto.

Álvaro se puso encima de ella, le levantó la falda y se dispuso a hacerla suya como tantas veces lo había hecho. Pero esta vez era diferente, esta vez Ana tenía la plata de boda en una de sus manos y por esa vez, aunque solo fuese esa vez, el rojo que mancharía la plata de boda no sería su sangre.


-Entre la cadera y el riñón Álvaro, entre la cadera y el riñón. No quería matarte, por eso decidí clavártelo ahí.- Ana le comentaba la jugada a su marido, mientras que este por el dolor apenas podía hablar y tan solo se dedicaba a hacer muecas exageradas de tensión y a agarrarse el costado herido.

- ¿Sabes? Durante mucho tiempo estuve pensando en algo así, en poder librarme de ti, poder escapar de tu mano. Eran muchas las noches que miraba por el balcón de la planta de arriba y esperaba que alguien me agarrara del brazo para huir lejos y que no me encontraras jamás. Soñaba con irme tan lejos que no fueses capaz de localizarme incluso que te olvidaras de mí, y luego con el silencio de la noche lloraba deseando que todo esto fuese una pesadilla. Incluso a veces pensaba en tirarme desde el balcón, allí, como tú bien dijiste, no me ayudaría nadie, pero tampoco me encontrarías tú.

Otras noches recitaba mis poesías, esas que siempre me decías cuando éramos novios que tanto te gustaban y que desde que nos casamos dejaste de escucharlas; luego te metías con ellas y más tarde me las prohibiste. Y al final ya no me quedaban versos ni palabras, me perdí el día en que te dije te quiero y me encontré unos cuantos después con mi propia sangre entre mis dedos. Te dejé ser parte de mi vida y me has pagado con la fuerza y la violencia lo que yo te regalé con cariño, amor y deseo. Me cansé de los lamentos y de las lágrimas, ya no. No quiero volver a tener miedo, no quiero tener que soñar para vivir. Hoy no quiero ni tus perdones ni tus te quiero, ya no, ahora no. Ahora quiero el regalo de una vida que no culmine con el miedo, quiero una vida donde yo sea mi propia dueña.

Ana soltó el cuchillo sobre la alfombra donde tantas veces lloró su pena y salió por la puerta de su casa, con unos años más, unas arrugas más, pero con una vida nueva.

El silencio gobernó el final de la escena, un silencio compuesto por muchos silencios: el silencio de las cosas, las butacas, el telón, el olor de las bambalinas. El silencio del público, el silencio de los actores… hasta que los aplausos gobernaron los oídos durante minutos.

Los actores, con Silvia a la cabeza, se agarraron de la mano y saludaron al público. Una reverencia, dos reverencias, tres …

Al cabo de unos 10 minutos el telón obligó a callar los aplausos, los actores se fueron a bambalinas y allí saltaron, se abrazaron y se felicitaron: la obra fue un éxito. Alguien le trajo un gran ramo de rosas a Silvia y en la tarjeta se leía: ¡Para nuestra Ana Sigüenza! De tus compañeros de reparto. ¡Porque será un gran estreno!

Un Álvaro lleno de sangre de tomate y azúcar abrazaba a Silvia con el cariño de un hermano, mientras se disculpaba una y otra vez porque el golpe del primer acto fue más real de la cuenta. Y así con uno y otro actor hasta que se habían abrazado todos los del reparto, dirección, producción y hasta teloneros.


Silvia llega a su camerino, cierra la puerta apoyando su espalda con suavidad mientras busca en su mente alguna señal que le haga ver que es diferente, que no tiene nada que ver con el papel que acaba de interpretar. Se desliza suavemente hasta que se sienta casi sin fuerzas en el frío suelo y como las primeras gotas del otoño, se deja llevar en el sueño sumiso del llanto que no difiere rey de lacayo. Sus penas arrastran penas, sus penas se llevan el grito silencioso del miedo, sus penas se llevan el maquillaje que oculta el negro día a día de su rostro.

martes, 6 de septiembre de 2011

Mi pájaro

Recuerdo perfectamente que era el mes de Mayo, frío de noche, calor de día. Jugaba en las praderas cercanas a la casa que teníamos en el pueblo. No recuerdo mi edad, pero sí que la maleza era tan alta como yo cuando me sentaba. Eran mis dominios, cada árbol marcaba mis proezas y batallas entre dragones y doncellas, cada roca los castillos que levanté a base de imaginación y sueños, y el horizonte los límites de mi reino.

Una tarde estaba conquistando los mares del Sur en mi galeón de nube y hierba y encontré un polizón entre las amapolas y genistas. Su color se confundía con el contexto y se escurría como alma que perseguía el diablo.

–¡Seguro que quiere llegar hasta las filas enemigas y rearmar su ataque!– Me increpaba mi mente astuta y alocada. –¡No pasará las filas de mis navíos de babor! ¡No en mis Mares del Sur!-

Y con la fiereza de la que puede alardear un niño de dos palmos “salté” de mi galeón y corrí a capturar semejante traidor.

De repente mis nubes, mis batallas, mis barcos y mis guerras basadas en la conquista del mundo pasaron a un segundo plano. En aquel preciso instante sólo estábamos el campo, yo y aquel jilguero de algunas semanas de vida que aún era incapaz de volar.

Lo cogí con sumo cuidado, ya no se trataba de un enemigo, sino de un amigo, un ser que me miraba y asustado giraba la cabeza para evitar cualquier daño. Pasmado, como el que acaba de encontrar un gran tesoro salí corriendo con él, mi gran botín.

Durante algunas semanas lo alimenté, lo cuidé, lo arropé entre trapos viejos para que no pasara frío e incluso le hablaba y contaba las cosas que a un pájaro le debe interesar para sobrevivir:

-No te acerques a los perros que te comerán, ni tampoco a los gatos y con los pájaros más grandes deberás tener cuidado. Los gusanos más grandes siempre están bajo tierra, así que tendrás que escavar un poco y si esperas a que llueva saldrán caracoles y bichos pringosos que seguro te gustan…

En la habitación, cuando llegaba la noche, encendía la lámpara de la mesita de noche que tenía un barco hecho de piezas de carpintería, parecido a un lego y ahí subía a mi pájaro mientras le contaba las historias de mis batallas, mis conquistas y las princesas que había rescatado, y recuerdo cómo con aquellos dos puntos negros me miraba fijamente, como para no perderse ni una sola palabra, y alguna que otra vez entremetía algún comentario piando. Yo por supuesto le rogaba silencio mientras me sumergía en mis historias, aunque de vez en cuando le contestaba sus comentarios, pues sus argumentos a veces eran bien sólidos.

Una mañana fui a cogerlo de su cesto y no estaba. Había volado de la mesita de noche hasta la estantería que gobernaba mi cuarto. De pronto sentí una gran alegría ¡mi pájaro había volado! Podría surcar los cielos ¡el reino que me faltaba! Podría enseñarlo en el arte de la guerra, que fuese mi aliado y juntos seríamos invencibles en las batallas del mañana. Pero mi pájaro no quería volar para mí, mi pájaro quería volar sólo.

Durante algunos días sufría solo con la idea de que se fuese por la ventana, que echase a volar y no lo volviera a ver. Me dolía el pecho cuando lo pensaba. No podía dejar que se marchara, era mi pájaro, juntos habíamos recorrido las tierras de los vikingos, la tundra de los mapaches, los polos y los 7 mares, e incluso una vez hicimos un viaje al centro de la tierra en una merienda con Nocilla. Era mi pájaro, mi aliado y sobre todo mi amigo.

Una tarde llegué a mi cuarto, abrí con extremo cuidado la puerta y la cerré. Mi pájaro no hizo el menor gesto de intentar salir por la puerta en busca de una ventana, ni siquiera me miró, era como si yo no hubiera entrado en la habitación. Tan solo contemplaba la libertad tras la ventana, sin inmutarse, sin piarme nada, ni siquiera sin pestañear.

Me acerqué a él y le dije:

-¡Te voy a contar como derroté esta tarde al dragón de las mazmorras! Y esta vez lo conseguí sin sobornarlo con Lacasitos- Pero mi pájaro no me miró. –Además hoy llegué a un pacto con las hordas de la casa de la pradera, si les llevo una Barbie de mi hermana todas las semanas nos dejarán atravesar sus terrenos para la conquista del nuevo mundo. –Seguía sin mostrar el más mínimo interés. –Pájaro ¿qué te ocurre?… ¡Deja de mirar por la ventana te estoy hablando!… Pájaro ¿es que ya no quieres ser mi amigo?- Y fue entonces cuando giró su pequeña cabeza con aquellos dos puntos negros llenos de vida hacia mí. Me miró, como cuando miras a alguien con ternura y lástima… sí, mi pájaro se estaba compadeciendo de mí. Entonces lo entendí.

Recordé una frase que había escuchado no hacía mucho ni poco, el tiempo para un niño es tan relativo. La frase decía: “cuando creas que algo es tuyo, déjalo ir. Si vuelve será tuyo, si no vuelve es que nunca lo fue.“

Sabía perfectamente que si le abría la ventana a mi pájaro no lo volvería a ver, lo perdería para siempre y con él mis batallas, mis tronos, mis reinos y una parte de mi pequeña existencia. Pero mi pájaro tenía que ser libre, él ya era un adulto y yo seguiría siendo un niño entre malezas, aunque aquella tarde perdiese una parte de mi infancia.

Le abrí la ventana, y nervioso como nunca lo había visto pió y pió hasta que notó el aire cálido de la libertad. Saltó al alfeizar de la ventana y se quedó mirando el infinito y ancho mundo que le aguardaba fuera de mi habitación. No esperó y mirando atrás me dijo adiós y gracias con el silencio de sus alas.

Aquella tarde lloré como un niño, el que era, y como un hombre que pierde a un amigo. Sentí ese vacío en el pecho, ese nudo en la garganta y ese malestar en el estómago. Se fue mi pájaro.

Ahora muchos años después, me vuelve a ocurrir. No es un pájaro, no es una ventana ni tampoco se trata de volver, o quizás sí, no lo sé. Lo que sí tengo claro, es que hoy recordé ese vacío en el pecho, ese nudo en la garganta y ese malestar en mi estómago. Hoy volví a perder una parte de mí.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Duele

Conociste mis ojos y con ellos mi verdad.

Ahora la mentira no sirve para ocultar la realidad.

Nos enseñan desde pequeños a defendernos de los golpes de los demás, a solucionar nuestros problemas, a intentar sortear las trampas de la vida. Pero lo complicado, lo que tienes que aprender solo y no te enseña nadie más es a defenderte de ti mismo.

“No hay mayor enemigo que el que reside en mi alma y en mi corazón.”

sábado, 27 de agosto de 2011

Rohayhú

Las palabras se las lleva el viento.

Hace ya algunos años hablaba con un amigo sobre las promesas, los siempre-estaremos-juntos y los te-quiero. Era infalible, puedes o te pueden prometer la Luna, pero siempre son sonidos que se reproducen por el aire en busca de tus sentidos.

-Al final la frase acaba sin tener ningún sentido, la gente lo dice como el Buenos días o el hasta luego. De esta manera ¿qué gracia tiene decirlo? ¿Qué diferencia hay con otras palabras? Ya no tiene su significado original, ya son dos palabras que no dicen nada.

Las palabras se las lleva el viento, eso es tan cierto como que el amor sino se cuida, dura meses y al final ambas premisas se unen en la simbiosis: “¿pero si me dijiste que me querías?”

Cuánto valen unas palabras que no dicen nada …

Le acaricias la espalda, bajas hasta la cintura donde coqueteas de izquierda a derecha con tus dedos esperando como por arte de magia, que aparezcan esos bellos erizados por el juego. Recorres sus piernas, recorres tu deseo, te acercas sigiloso para estar más cerca de ella, para sentir el calor que anida en todo su cuerpo. Los dedos dejan paso a las manos queriendo abarcar lo máximo que puedo y sin darme cuenta acabo recorriendo de nuevo su cuerpo pero con mis labios, con mis besos, desde abajo, muy abajo hasta llegar a su cuello y besarlo y acercarme a su oreja para decirle … te quiero. No puedo, las palabras se las lleva el viento, mejor si se escriben, podrán formar parte del momento.

Cuando una persona que significa mucho para ti te regala palabras de cariño, de complicidad o de amor, lo que te hace especial no es escuchar esas palabras, es saber que para una persona significas algo y eso puede darte alas tan grandes como para mover montañas. El continente de esas muestras de amor no son lo importante, lo que luego duele cuando se acaba todo no es el sonido de un tardío o prematuro te quiero, sino el eco que germinó dentro de nosotros.

Las palabras se las lleva el viento, como los pétalos de una rosa, pero al final siempre te quedará el tallo con sus espinas, para que recuerdes que las palabras se pueden perder en la memoria, pero la marca en nuestro interior perdura.

viernes, 26 de agosto de 2011

Cuentos de Hadas

A veces la vida parece ser caprichosa, otras vengativa como si fuese el Karma, y otras simplemente una hija de la gran puta.

Pasan las horas y la noche y yo me refugio en la diabetes de mi corazón como el médico sin enfermo o el borracho sin estar bebido y me repito una y otra vez como si fuese Narciso en el río: “no puedes perder lo que nunca has tenido”…

Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo y por si fuera poco me salieron las rimas asonantes y sin vocales. “No puedes cantar sin voz” -me dijo un mendigo, y mientras me tiraba una moneda y me sonría sin dientes la mueca del destino me decía: “no puedes perder lo que nunca has tenido”…

Era más fácil cuando corría delante de la policía o de los maridos, cuando amaba sin corazón y me querían por lo mío. “No se llora cuando está en juego el alma de una cualquiera, sino cuando secuestran a la princesa y tú eres su caballero” me comentaba el camarero mientras me servía otro vaso y yo escupía mis tequiero. Le pedí caramelos de su piel con color de café y mientras sonreía me dijo: “no puedes perder lo que nunca has tenido”…

Cariño, prometo no besarte, ni prometerte amor eterno ni textos sordos, ni siquiera un beso herido ni mucho menos acariciarte, porque todo eso ya lo he perdido. Solo quererte por tu cuerpo y que tú me quieras por mi dinero. Que tu calor de alquiler me calme lo que se me escapó ayer. Y la mujer de la calle me dijo: “no puedes perder lo que nunca has tenido”…

Aceras sin escalones hasta que los bajas todos de golpe y te das cuenta que llevas una botella de ron en la mano que te dice irreverente: “en este rincón os parasteis a hablar, en este os besasteis y en aquel otro la agarraste de la cintura como clavo encendido. Te sangran las manos, no pasa nada, no puedes perder lo que nunca has tenido”…

Un abanico de fuegos artificiales, dos copas de vino sobre una manta en la playa, una rosa de croché, un cesto de biznagas, un vestido de ñanduti y un corsé y por si fuese poco creo que también el tereré, todo lo empeñé. Le pedí al banco el recibo y me contestó: “no puedes perder lo que nunca has tenido”… pero si lo tuve en mis manos… lo he perdido.

“Quizás algunos cuentos de hadas sólo se consigan cuando uno de verdad los ama.”

miércoles, 24 de agosto de 2011

Me equivoqué


Simplemente, me equivoqué.

martes, 23 de agosto de 2011

Querida Mentira

Por esta vez, por esta noche, sé mi amiga.

Y talla cada recodo de mi cara con tu cincel

para esconder de sus ojos toda mi ira

y la pena que guardan las lágrimas en mi piel.


Que no vea lo que soy y lo que oculto.

Que piense que estoy vivo pese a mi silencio

para que no halle el vacío de tal hurto

ni las sombras en mi boca de ese bastardo te quiero.


Sal al vacío y al amparo de la noche.

Llévame donde el latido no es nada,

donde puedo abandonar los amores

tejiéndolos con los hilos de mi alma.


Nazareno quiero ser bajo tu manto de luces.

Pecar fue fácil y la penitencia mi agonía.

Imploro perdón esperando que me desnudes

que quites de mí esta maldita capa fría.


Mi disfraz dejaré caer sobre mis sábanas,

guardando mi traje en la baúl de las ironías,

agradeciendo que me dejaras tu máscara,

que fueras mi aliada, querida Mentira.

sábado, 20 de agosto de 2011

Sin mentiras ni verdades

Sólo quería decirte que no había nada detrás de mis sonrisas, que mis palabras eran ciegas y todas mis promesas mudas, que mis manos te tocaban y te recorrían porque querían desnudarte, hacerte mía y nada mas.

Quería comentarte que nunca te miré a los ojos, que la verdad fue esquiva en mis frases, que nunca escuché tus palabras, que mis intenciones eran solamente anidar junto a ti, en tu cama.

Quería que supieras que no recordaré ni uno solo de tus besos, que tu cuerpo fue otro mas que gané como victorias de alcoba, que nunca me preocupé por tus lamentos ni me conmovieron tus lágrimas ni tus historias.

Solo quería decirte con todo mi corazón, que nunca me importaste, que nunca te quise, para ver si así conseguía engañar a mi razón.

domingo, 14 de agosto de 2011

Conversaciones con la Luna

“Hoy vagaré por las calles lo que mañana lloraré en mi almohada.

Dime tú que lo sabes todo, qué sendero he de caminar para olvidarla”


Salgo del portal. Si giro a la izquierda me dirigiré hacia mi casa, tomo la derecha. Mientras más tiempo esté en la calle más tiempo tendré la mente ocupada, menos tiempo tendré para pensar.

Son más de las tres y media de la madrugada pero el tiempo hace rato que dejó de existir. Camino sin sentido y buscando el olvido en alguna calle de esta ciudad maldita, no hay recodo en este recorrido que alivie el lamento que llevo hoy conmigo.

-Esos escalones me darán el trono donde mi reino, durante toda la noche, llorará las penas de mi amada reina. –Me digo como si yo fuese capitán, ejército y corneta de todo un batallón que va a la guerra.

Tengo el sabor en mis labios, el olor en mi mente y casi puedo seguir tocando su cuerpo con mis manos. Miro al cielo y me encuentro con una antigua compañera en forma de perfecto círculo blanco, mirándome y mostrándome de nuevo la misma pena, la misma cara que durante años me ha acompañado con respuestas de preguntas que nunca formulé, con incógnitas de una vida que nunca hallé.

-¿Qué te he hecho yo para que siempre me hagas lo mismo? -Nadie contesta.

-Te hablo a ti ¡maldita sea! Impasible espectadora de mis penas. Sólo quería estar con ella, sólo un poco más.

-¿Que si me enamoro? Lo pasaré mal, lo sé, pero siempre será mejor que haber dejado escapar los que podrían ser de los mejores momentos de una vida. Si ya duele dejarla ir y hacerme a la idea de no verla, qué más da cuándo sea el final si el guión ya está escrito.

Me veo sentado en mi trono y una a una cada palabra de mi alma corre para hacerse libre allá donde el corazón siempre tiene el sentido de ser y domina sobre la razón, la aguafiestas de la vida.

-¡Para ti es fácil decirlo! –Le increpo al viento una afirmación que nadie más que yo escucha, con la mirada puesta en el firmamento y el dedo índice en alto, lleno del silencio de sus besos.

-Tú no has tenido que decirle adiós, tú no has estado media noche sentado a oscuras en los escalones de su portal, tú no has tenido que dejarla ir, tú no te has mordido el labio para no decirle: quiero quedarme junto a ti.

El silencio se apodera de la noche. Mi trono se desvanece ante mis ojos, son escalones de una calle, nada más. No puedo hablar con la luna ni tampoco mi reina me puede escuchar. No hay consuelo para este desterrado que se ha quedado con dos manos y nada que acariciar.

“No olvidaré esta noche, tampoco las que pasaron, ni siquiera olvidaré esas noches que nunca llegaron”.

lunes, 1 de agosto de 2011

Te encontré

Esta noche no veo luces en el cielo. Tan sólo veo tu recuerdo …
Hace años imaginé que un día nuestras vidas volverían a cruzarse. Qué quieres que te diga, siempre fui una persona optimista o quizás quise decir soñadora.
A lo largo de la vida las cosas que vivimos nos moldean, un día puedes estar en la cima del mundo y al día siguiente ya no eres más que la sombra que arrojan tus zapatos. Lo entiendo perfectamente, a mí la vida me enseñó algunas cosas.
Ahora tengo más cicatrices, tanto de las que se ven como de las que no, alguna arruga y cana que otra y la experiencia de que no sólo el que bien te quiere te hará llorar.
Por el contrario tengo menos vergüenza, y la testarudez y la ilusión del que sueña las perdí el día en que tuve que besarte para despedirme, al igual que la esperanza, que murió el mismo día en que empuñé un arma.
Como ves las personas evolucionan, para bien o para mal, pero no he cambiado. Me siguen gustando las mismas cosas, sigo escuchando la misma música, los lugares que un día me dieron alas para irme de este mundo lo siguen haciendo, las personas a las que un día quise y me quisieron las sigo queriendo, estén o no estén.
Un día me prometí y te prometí que te volvería a ver y que te arrancaría de los brazos de cualquiera que te tuviera, que te haría mía cada mañana llevándote el desayuno a la cama y cada madrugada con las caricias que le robase al rocío del alba. Que no te dejaría marchar por nada de este mundo, ni por mi vida, ni por mi oficio, ni por mis metas, pues durante el tiempo que estuve lejos realicé todo lo que me propuse, pero nunca tuve una noche para contarte lo que conseguía día tras día y al final un sabor agridulce inundaba mi cama mientras me daban besos de alquiler que sin mesura mi pena pagaba, buscando en cada rostro tu cara.
Estás igual que te recordaba, incluso más delgada, pero eso no te quita ni un ápice de esa belleza que radiabas. El pelo lo tienes más corto, ahora pareces esa presentadora de la tele que tanto te gustaba, y con ese vestido me viene a la memoria la noche que nos despedimos en la estación, la misma ropa suave y ligera que marcaba cada una de tus curvas.
Ahora que te encuentro permíteme decirte que he pensado en ti tanto como días hemos estado separados, que pese a la promesa de hacerte mía cuando volviese, cuando fuese un hombre, hoy tengo que dejarte ir, porque a donde vas no puedo acompañarte, porque aunque luché para estar a tu lado lo antes posible, el cielo se adelantó a mí.
"No hay mas vacío que el que te produce la pérdida de lo que no supiste conservar."

Carta abierta

Déjame decirte que te esperé hasta que el sueño se volvió fútil, hasta que mis manos dejaron de dibujar en el aire el contoneo de tus curvas. Abracé al viento con mis brazos y ya no recordaba tu forma, besé mis labios esperando probar tu sabor y solo obtuve el derroche de un necio. Te quise mientras estuve despierto y te amé mientras dormía, pero hoy solo me quedan las hojas que la esperanza escribió para mi desdicha.

No te esperaré sentado en este sillón de palabras, ya no. Ya no te buscaré entre los laberintos de las calles de mil y una ciudades ni tampoco en los torreones de los castillos medievales. No seré el que te salve del dragón ni el que te cante cada noche canciones de amor, de cuentos y fantasía. No seré el que te bese esperando que despiertes ni el que recorra el mundo para demostrarte cuanto mi corazón te quiere, no, ya no.

“Llamé al cielo y no me oyó. Y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la tierra responda el cielo, no yo.”

Encuéntrame tú, si puedes.

viernes, 29 de julio de 2011

Sin ti sin mi

Cómo comerme el cielo si sé que es indigesto y aún así sigo teniendo sed de tus besos.

Mal acabaré porque este menú me ha hecho preso de tus labios y de tu cuerpo.

Sólo tú me lastimas cuando me das caricias pese al cariño que recibo, me hago pequeño en tu abrigo de verdades que dejan escapar los momentos de amor como globos al aire en fin de año, cuando me hablas del último beso que tenemos que darnos para no hacernos daño.

Sólo tú me das la vida y me la quitas, qué hago yo para no perderme en esta ciudad nueva que no conozco y de la que no tengo mas mapa que tus piernas. Desaparecer sería una buena opción, dejarme caer entre tus pechos y esconderme de mi vergüenza en tu ombligo para que nadie me encuentre llorando de la pena que me produjo tu boca cuando me dijo que me fuera… sólo tú, sólo tú sabes hacerme grande aun cuando no estás a mi vera.

Cómo alejarme para no lastimarnos si ya la idea de irme me pesa como el mismo cielo sobre mis manos.

miércoles, 27 de julio de 2011

Pequeña

"... fue una noche en un bar donde entre cervezas te dije con los ojos que te quiero y camino de tu casa nos besamos hasta perdernos el miedo..."


- Siempre que la beses acuérdate de mí.

- No hace falta que la bese, siempre me acordaré de ti.


Todo es más fácil cuando no lo piensas, todo es más fácil cuando te dejas llevar, aunque inevitablemente te lleve (me lleves) hacia la locura, bendita cordura.

Duermes, el tiempo suficiente como para que mis manos recorran todo tu cuerpo y en mi alma grabe a fuego cada uno de tus secretos.

Quiero poseerte, necesito poseerte para sentirme más cerca de tu pelo, de tu cuello -ay! Ese cuello que me desquicia por completo-. Necesito saber a qué sabe la piel que hay detrás de tu piel, saber cómo sientes cuando culminas todos esos besos que me regalaste al amanecer, saber cómo me acaricias cuando caes rendida bajo el techo de tu habitación, saber qué me gritan esos ojos que ayer vi llover a los pies de una ciudad embriagada por tus curvas de mujer.

Las nubes negras llegan a mi mente y se apoderan de mis amores convirtiendo todo lo bonito en miedo, miedo de no estar a tu altura, de cogerte, agarrarte y que te vayas, como el agua, entre mis dedos.

Tengo miedo de perderte y maldita sea, no me doy cuenta que te estoy perdiendo.

Y como la noche se oculta del Sol de la mañana, me retiro de tu cama, turbado por tener el cielo entre mis manos y no hacerlo mío dejándote ir, avergonzado por haber tratado, negociado y regalado mi alma al infierno para tenerte una noche más y haberla gastado mirándote dormir.

Llego a mi casa, en el corto trayecto que separa el ascensor de mi puerta, me llevo las manos a mi cara. Estoy lejos de ti, sin embargo te siento aquí gracias al olor que me dejó tu ‘cabello’ en mis manos, gracias al tacto que me dejaron tus piernas en el recuerdo.

Me paro, pienso y como alma que ya está en el infierno retorno y vuelvo a la calle a cortar el alba yendo de nuevo hasta tu casa.

Quiero subir las escaleras que separan tu ventana de mis besos, romper la ropa que cubre tu cuerpo y hacerte mía una y mil veces, no cometer el mismo delito de dejarte escapar… pero soy consciente de que en el mismo momento en que te toque perderé mis fuerzas, perderé mis credenciales porque me hago pequeño cuando tu cuerpo desnudo se me acerca… y a medio camino desespero, y desesperado me encuentro sentado en el primer rincón de la calle que mis ojos hallaron, entre la pasión y la pena, desesperado por quererte y desesperado por tener que conformarme con esta pasión que recorre mis venas, con acercar las manos a mi cara y… -sí, estás aquí, junto a mí, puedo sentirte- me digo mientras mis manos cierran mis ojos. - Acércate, échate en mi pecho y déjame pequeña, que te acaricie el cabello mientras te cuento un cuento de Amor y Deseo: ... fue una noche en un bar donde entre cervezas te dije con los ojos que te quiero y camino de tu casa nos besamos hasta perdernos el miedo...

martes, 19 de julio de 2011

Málaga

Déjame admirarte una noche más,

al sabor de la sal,

al roce cálido del levante

y al aroma de tu mar.

Pasear por el aire que lleva tu olor,

cogerte de la cintura con la misma pasión

con la que se agarra a la novia que nunca tuve

y que recuerdas en cada atardecer lleno de ilusión.

Déjame acariciar el contorno de tu falda

mientras se mueve al son de las olas,

al ritmo de las llamas de una hoguera

en una noche de San Juan.

Déjame bailar contigo,

mi bailarina de ballet,

que se adorna con la forma imposible,

con el movimiento que rompe la suavidad de sus manos

y de sus brazos,

que te empuja y te embruja a soñar con ella,

no en un sueño,

sino en un paseo por zarzas

donde cada espina es un recuerdo que araña

y dibuja en mi memoria días a tus pies,

a la serena mirada de una noche de Agosto,

donde se pierde la vergüenza a ser vergonzoso.

Málaga,

te tengo en el recuerdo no sólo como mi tierra,

sino como la caprichosa amante que no tienes,

que juega a dejarte, y que nunca te deja.

Secuestro

Malo, soy malo.

Por arrancar tus besos y comprártelos todos con palabras y caricias esculpidas en tu piel. Por dejarme llevar por el placer de tus manos y por conocer los secretos de tu cama.

Malo, soy malo.

Por recordar tu saliva en mis labios, por embaucarte en mi pecho y recorrer con mis manos, ansiosas de tus curvas, todos los resquicios que escapaban de la tela de tu pijama.

Malo, soy malo.

Por dar rienda suelta a mi mente para que haga con tu cuerpo todas las perversiones que se le antojen. Por querer utilizarte como si fueses de mi propiedad, por querer despojarte de tus ropas y de tu vergüenza con la única herramienta de mi boca, mis dientes y mi lengua.

Malo, soy malo.

Por encender el calor que quema mi piel desde dentro y desde fuera, por querer comerme partes de tu cuerpo tan solo con las ganas de mis manos, por querer dominarte y que me domines, por querer atarte a la cama y poseerte.

¿Por qué no me secuestraste?

La luz de tu habitación

Y entre caricia y caricia fui descubriendo tu sabor a miel,dejándome llevar por el tacto de tu pelo, por el olor de tu perfume,y por el color canela de tu piel.

La luz no me da el permiso para dejar verte, solo el resplandor de tu televisión, imitando la luz de la Luna, ilumina tu cuerpo solo un poco, pero lo justo para distinguir las curvas que marcan el camino de mi locura.

Loco estoy y loco me hago cuando llevo al suicidio mis manos en la selva de tu pelo, al recorrer con cada centímetro de mis dedos, el calor que desprende tu cuerpo.

...sí, no, sí, no, sí, no, sí...

Como el tictac de un reloj me mantengo en el devenir del deseo, en el puedo o no puedo, en el debo o no debo, hasta que ya no hay seso ni protocolo, solo el lujo de probar que no hay mentira en lo más puro de un beso.