martes, 13 de abril de 2010

Sangre Púrpura

Pueden pasar 100 años o incluso mil, se puede perdonar e incluso se puede pasar página, pero lo que no se debe hacer nunca es olvidar.

Si olvidamos, no seremos los hombres y mujeres del mañana, sino los inconscientes y los incultos de siempre. Dejarnos llevar por los que opinan en el poder, sin más recelo que el de la ignorancia, es cavar con nuestras propias manos el destino podrido de nuestra nación, un futuro que mal nace para nuestros hijos.

No seré yo el que se calle ni el que se lave las manos, no seré yo el que mire hacia otro lado. Tampoco seré el que se esconda ni tampoco el que corra. Ya se ha huido demasiado en este país.

Los mismos que un día sesgaron el brote de la pequeña esperanza y aún sin fuerzas II República Española, ahora quieren sesgar la voz del que sigue luchando por los que cayeron y fueron víctimas de la persecución y castigo de la posguerra.

Está visto que excavar en la tumba de nuestro pasado no es bien recibido por los que aún, ocultos bajo la bandera de lo neutro o de la “política”, siguen siendo la misma mala hierba que en Julio de 1936 espolearon la matanza entre hermanos.
No defiendo ni defenderé a un bando que también dejó huérfanos y matanzas a su camino, aunque fuese en guerra y no en persecución de limpieza como hiciese el bando rebelde. Tampoco defenderé los actos de guerra, que tanta fatiga, desprecio y náuseas levantan por quienes imaginamos aquellas fechas y, sobre todo, a aquellos que vivieron la guerra y perdieron a alguien en ella.

Lo que quiero defender es Justicia, ni la venganza ni la rabia, sólo Justicia. Pero no esa que a veces más que ciega parece la prostituta que bien se vende a quien bien paga. Desde el niño más pequeño lo sabe, que la justicia es de los jueces que ejercen, no lo que un día se aprobó en unas Cortes, sino la libre interpretación que más que igualdad da alas a la escoria de esta sociedad.

Cuando los trámites de la memoria histórica estaban en marcha, y escociendo irónicamente al bando que no tuvo heridas que curar, el señor Varela, emprende la marcha y el envite al señor Garzón, el único que hasta ahora había tenido la hombría de luchar por esa Justicia ciega, por las personas que un día perdieron la vida por luchar en unas creencias.

Ahora hay que recordar, recordar y recordarles a esos que defienden la inamovilidad moral de los sucesos del pasado todo lo que ocurrió, todas aquellas muertes, de las dianas enmarcadas en la Universidad, en los Sindicatos y en la Izquierda; enmarcadas en la sociedad intelectual del momento, en los artistas y en los poetas; en los que sufrieron la persecución hasta su eliminación, en los que sufrieron y lucharon por un país mejor, libre y democrático.

Hay que recordarles que fueron ellos los que nos quitaron los sueños de una nueva nación, que fueron ellos los que enterraron entre sangre y dolor la esperanza de vivir, los que a base de muerte y miedo callaron las voces del progreso y de las generaciones venideras.

Si un bando, si un movimiento con sus líderes, seguidores, creencias y actos fue lo bastante valiente como para manchar un país entero con la sangre de los derrotados, que ahora sea consecuente con esos mismos actos e igual de valiente y limpie la mancha de una bandera que cambió su color púrpura por el rojo sangre de su gente.

Porque a la tercera va la vencida.

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