martes, 6 de septiembre de 2011

Mi pájaro

Recuerdo perfectamente que era el mes de Mayo, frío de noche, calor de día. Jugaba en las praderas cercanas a la casa que teníamos en el pueblo. No recuerdo mi edad, pero sí que la maleza era tan alta como yo cuando me sentaba. Eran mis dominios, cada árbol marcaba mis proezas y batallas entre dragones y doncellas, cada roca los castillos que levanté a base de imaginación y sueños, y el horizonte los límites de mi reino.

Una tarde estaba conquistando los mares del Sur en mi galeón de nube y hierba y encontré un polizón entre las amapolas y genistas. Su color se confundía con el contexto y se escurría como alma que perseguía el diablo.

–¡Seguro que quiere llegar hasta las filas enemigas y rearmar su ataque!– Me increpaba mi mente astuta y alocada. –¡No pasará las filas de mis navíos de babor! ¡No en mis Mares del Sur!-

Y con la fiereza de la que puede alardear un niño de dos palmos “salté” de mi galeón y corrí a capturar semejante traidor.

De repente mis nubes, mis batallas, mis barcos y mis guerras basadas en la conquista del mundo pasaron a un segundo plano. En aquel preciso instante sólo estábamos el campo, yo y aquel jilguero de algunas semanas de vida que aún era incapaz de volar.

Lo cogí con sumo cuidado, ya no se trataba de un enemigo, sino de un amigo, un ser que me miraba y asustado giraba la cabeza para evitar cualquier daño. Pasmado, como el que acaba de encontrar un gran tesoro salí corriendo con él, mi gran botín.

Durante algunas semanas lo alimenté, lo cuidé, lo arropé entre trapos viejos para que no pasara frío e incluso le hablaba y contaba las cosas que a un pájaro le debe interesar para sobrevivir:

-No te acerques a los perros que te comerán, ni tampoco a los gatos y con los pájaros más grandes deberás tener cuidado. Los gusanos más grandes siempre están bajo tierra, así que tendrás que escavar un poco y si esperas a que llueva saldrán caracoles y bichos pringosos que seguro te gustan…

En la habitación, cuando llegaba la noche, encendía la lámpara de la mesita de noche que tenía un barco hecho de piezas de carpintería, parecido a un lego y ahí subía a mi pájaro mientras le contaba las historias de mis batallas, mis conquistas y las princesas que había rescatado, y recuerdo cómo con aquellos dos puntos negros me miraba fijamente, como para no perderse ni una sola palabra, y alguna que otra vez entremetía algún comentario piando. Yo por supuesto le rogaba silencio mientras me sumergía en mis historias, aunque de vez en cuando le contestaba sus comentarios, pues sus argumentos a veces eran bien sólidos.

Una mañana fui a cogerlo de su cesto y no estaba. Había volado de la mesita de noche hasta la estantería que gobernaba mi cuarto. De pronto sentí una gran alegría ¡mi pájaro había volado! Podría surcar los cielos ¡el reino que me faltaba! Podría enseñarlo en el arte de la guerra, que fuese mi aliado y juntos seríamos invencibles en las batallas del mañana. Pero mi pájaro no quería volar para mí, mi pájaro quería volar sólo.

Durante algunos días sufría solo con la idea de que se fuese por la ventana, que echase a volar y no lo volviera a ver. Me dolía el pecho cuando lo pensaba. No podía dejar que se marchara, era mi pájaro, juntos habíamos recorrido las tierras de los vikingos, la tundra de los mapaches, los polos y los 7 mares, e incluso una vez hicimos un viaje al centro de la tierra en una merienda con Nocilla. Era mi pájaro, mi aliado y sobre todo mi amigo.

Una tarde llegué a mi cuarto, abrí con extremo cuidado la puerta y la cerré. Mi pájaro no hizo el menor gesto de intentar salir por la puerta en busca de una ventana, ni siquiera me miró, era como si yo no hubiera entrado en la habitación. Tan solo contemplaba la libertad tras la ventana, sin inmutarse, sin piarme nada, ni siquiera sin pestañear.

Me acerqué a él y le dije:

-¡Te voy a contar como derroté esta tarde al dragón de las mazmorras! Y esta vez lo conseguí sin sobornarlo con Lacasitos- Pero mi pájaro no me miró. –Además hoy llegué a un pacto con las hordas de la casa de la pradera, si les llevo una Barbie de mi hermana todas las semanas nos dejarán atravesar sus terrenos para la conquista del nuevo mundo. –Seguía sin mostrar el más mínimo interés. –Pájaro ¿qué te ocurre?… ¡Deja de mirar por la ventana te estoy hablando!… Pájaro ¿es que ya no quieres ser mi amigo?- Y fue entonces cuando giró su pequeña cabeza con aquellos dos puntos negros llenos de vida hacia mí. Me miró, como cuando miras a alguien con ternura y lástima… sí, mi pájaro se estaba compadeciendo de mí. Entonces lo entendí.

Recordé una frase que había escuchado no hacía mucho ni poco, el tiempo para un niño es tan relativo. La frase decía: “cuando creas que algo es tuyo, déjalo ir. Si vuelve será tuyo, si no vuelve es que nunca lo fue.“

Sabía perfectamente que si le abría la ventana a mi pájaro no lo volvería a ver, lo perdería para siempre y con él mis batallas, mis tronos, mis reinos y una parte de mi pequeña existencia. Pero mi pájaro tenía que ser libre, él ya era un adulto y yo seguiría siendo un niño entre malezas, aunque aquella tarde perdiese una parte de mi infancia.

Le abrí la ventana, y nervioso como nunca lo había visto pió y pió hasta que notó el aire cálido de la libertad. Saltó al alfeizar de la ventana y se quedó mirando el infinito y ancho mundo que le aguardaba fuera de mi habitación. No esperó y mirando atrás me dijo adiós y gracias con el silencio de sus alas.

Aquella tarde lloré como un niño, el que era, y como un hombre que pierde a un amigo. Sentí ese vacío en el pecho, ese nudo en la garganta y ese malestar en el estómago. Se fue mi pájaro.

Ahora muchos años después, me vuelve a ocurrir. No es un pájaro, no es una ventana ni tampoco se trata de volver, o quizás sí, no lo sé. Lo que sí tengo claro, es que hoy recordé ese vacío en el pecho, ese nudo en la garganta y ese malestar en mi estómago. Hoy volví a perder una parte de mí.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Duele

Conociste mis ojos y con ellos mi verdad.

Ahora la mentira no sirve para ocultar la realidad.

Nos enseñan desde pequeños a defendernos de los golpes de los demás, a solucionar nuestros problemas, a intentar sortear las trampas de la vida. Pero lo complicado, lo que tienes que aprender solo y no te enseña nadie más es a defenderte de ti mismo.

“No hay mayor enemigo que el que reside en mi alma y en mi corazón.”