jueves, 12 de noviembre de 2009

Emigrante

Después de un fin de semana bastante entretenido, volvía a casa.

Estaba en la parada del autobús esperando al maldito 6, ese típico autobús que tarda más que el resto de la plantilla y siempre es el que tienes que coger. Llevaba unos minutos de espera y en la parada estábamos 5 personas: una chica de unos 18 años y dos chavales de unos 9 o 10 años acompañándola; una mujer de unos cuarenta y tantos largos de tez morena, ojos pequeños y cara enjutada; y un servidor.

En breve llegaron 3 autobuses seguidos y en la parada quedamos solo la mujer y yo.
Mientras estaba sentado pensando en mis cosas y con la mirada perdida en dirección a la llegada del bus, ella me dijo:

-Recién llegó el frío.
-Sí, vino de repente como ocurre siempre por aquí- le respondí con una sonrisa.
-¿Usted es de acá? Me preguntó, seguramente al percatarse de cómo enfaticé el “aquí” de mi anterior respuesta y que no tenía acento sevillano.
-Si, soy de aquí.
-De España- dijo confirmando mi respuesta.
-Sí. No soy de Sevilla, pero sí de España.¿Usted de dónde es?- No pude evitar preguntarle para saciar mi curiosidad.
-Soy de Bolivia.

Hubo unos minutos de silencio, en los cuales empezaron a aflorarme preguntas una detrás de otra y no pude contenerme.

-¿Cómo fue la adaptación a este país?
-Bien- Me respondió con una sonrisa en la que se podía ver la tristeza enmascarada.
-¿Notó mucho el cambio?
-Sí bastante, sobre todo en la comida. Acá apenas utilizan arroz y en mi país lo utilizamos para todo. Yo aquí me sigo haciendo mi arrocito. –Me confesaba con una sonrisa mientras me hacía gestos con las manos-.

Después de esta última respuesta, se acercó y se sentó a mi lado en la parada. Fue cuando empezamos a hablar con más soltura. Le preguntaba y comentamos sobre su situación, el trabajo, los motivos que le hicieron venir aquí, el dinero que hace falta en su familia…

-Se echa de menos, estar lejos de los tuyos es lo más difícil. Cada día te das cuenta que estás lejos y aunque sabes que todo esto es por ellos, para darles alimento y que puedan tener más posibilidades el día de mañana, no puedes evitar estar triste. Rezo para que no pase mucho tiempo antes de que vuelva a verlos.

Ya sea irte de tu ciudad, a otro lugar del país o de emigrante a lugares muchos más lejanos, siempre es difícil adaptarse al nuevo lugar, a las gentes, al vacío que dejan los tuyos.
Desde hace poco charlo, cuando los estudios y los trabajos me dejan, con una amiga que conocí. Como la señora de la parada de autobús, también ella tuvo que dejar su país para luchar por una nueva vida. Muchas veces han sido las que hemos hablado de su país, de cómo es vivir en España cuando eres inmigrante, de la vuelta soñada, de los suyos que están lejos… Cuando hablo con ella siempre me intento poner en su lugar, sentir lo que puede ser estar así y no es fácil.

No soy precisamente la persona más familiar de este mundo, más bien todo lo contrario y aún así se echa de menos a la familia, a los amigos…

Sin duda alguna, tienen que ser momentos duros. Al hecho de estar lejos de tu hogar tienes que sumarle la soledad del nuevo lugar. Hacer amigos no es fácil, aunque conoces a gente nueva, no es lo mismo cuando tienes que empezar de cero. Cuando enfermas, cuando pasas esos malos momentos no tienes a nadie que te pueda dar consuelo, que te pueda dar esas fuerzas que a veces todos necesitamos, y sin remisión, tienes que saber salir tu solo de cualquier problema, de cualquier situación. Es ahí cuando te das cuenta que tu mundo ha cambiado. Y a veces recurrir a alguna mano amiga que te suplante la mano de una madre, de un hermano o de un amigo se antoja difícil.

Por fin llegó el autobús después de que nos diera tiempo para charlar un rato interesante, el suficiente como para desear que le vaya bien en la vida.

-Ahora tengo un nuevo empleo, después de unos meses trabajando cinco días acá y cuatro allá por fin encontré algo mejor.

Aquello me alegró y se lo dije, deseándole que le fuera bien.

Subimos al autobús y vi como se sentaba al lado de una señora bien arreglada, con su abrigo típico de corte inglés color beige y con los puños de tela suave. La imagen cuanto menos era paradigmática, polos opuestos de la vida juntos en dos asientos de autobús.
En cuestión de segundos la señora, con el buen trato que la caracterizaba, ya estaba charlando con la señora del abrigo beige, y en cuestión de otros segundos ambas estaban sumidas en una charla de risas y complicidad, como si fueran amigas de toda la vida. Me di cuenta que todos somos iguales, da igual de dónde vengamos o qué situación tengamos, al final sentimos por igual.

“Hacerte emigrante es hacerte a la idea de que ya nunca más serás ni de aquí, ni de allá.”

Espero que el tiempo pase rápido para que vuelvas a tu Paraguay, y que cuando llegue ese día se pare lo suficiente como para que puedas disfrutar de los tuyos sin pensar en la vuelta.

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