miércoles, 5 de agosto de 2015

Princesa



Érase una vez una princesa, de ojos vivos y sonrisa traviesa.

Érase una vez una princesa con vastas tierras por recorrer y aventuras por vivir. Una princesa que nunca necesitó que la despertaran de un sueño infinito ni que la salvaran del dragón; una princesa llena del coraje del más sirviente caballero y de la valentía del más aguerrido guerrero.

Érase una vez una princesa que no necesitó de príncipes azules, ni de escuderos que le llevasen sus armas, pues sus armas eran la sonrisa y su pelo negro al viento. 

Érase una vez una princesa que no quiso reinar en un mundo de lacayos y amigos, sino pelear cada idea y cada opinión con el más acérrimo de los enemigos.

Érase una vez una princesa que no ansiaba el oro y la plata en su vida, sino las manchas de barro y de hierba al jugar bajo la lluvia. Una princesa que no necesitó promesas de futuro o en su dedo lucir un anillo, sino un amante en su corazón y la compañía de los buenos amigos.

Érase una vez una princesa que no tuvo miedo a volar sin alas ni a arriesgar para ganar, una princesa que le sobraban los vestidos porque le pesaban para bailar. Una princesa que no se podía comprar con besos ni batallas, una princesa que tenía un reino de sueños y un castillo en el levante, hecho con atardeceres y piedras de playa. Una princesa que olía a pasodoble y a papelillo de carnavales.

Érase una vez una princesa que fuera a donde fuese conquistaba corazones y transformaba las penas en alegrías, y el mundo decidió sonreir y llamarla su princesa, porque ante ella, incapaz de ganarle la batalla, solo se podía hacer una cosa: rendirse ante su sonrisa.

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