domingo, 14 de agosto de 2011

Conversaciones con la Luna

“Hoy vagaré por las calles lo que mañana lloraré en mi almohada.

Dime tú que lo sabes todo, qué sendero he de caminar para olvidarla”


Salgo del portal. Si giro a la izquierda me dirigiré hacia mi casa, tomo la derecha. Mientras más tiempo esté en la calle más tiempo tendré la mente ocupada, menos tiempo tendré para pensar.

Son más de las tres y media de la madrugada pero el tiempo hace rato que dejó de existir. Camino sin sentido y buscando el olvido en alguna calle de esta ciudad maldita, no hay recodo en este recorrido que alivie el lamento que llevo hoy conmigo.

-Esos escalones me darán el trono donde mi reino, durante toda la noche, llorará las penas de mi amada reina. –Me digo como si yo fuese capitán, ejército y corneta de todo un batallón que va a la guerra.

Tengo el sabor en mis labios, el olor en mi mente y casi puedo seguir tocando su cuerpo con mis manos. Miro al cielo y me encuentro con una antigua compañera en forma de perfecto círculo blanco, mirándome y mostrándome de nuevo la misma pena, la misma cara que durante años me ha acompañado con respuestas de preguntas que nunca formulé, con incógnitas de una vida que nunca hallé.

-¿Qué te he hecho yo para que siempre me hagas lo mismo? -Nadie contesta.

-Te hablo a ti ¡maldita sea! Impasible espectadora de mis penas. Sólo quería estar con ella, sólo un poco más.

-¿Que si me enamoro? Lo pasaré mal, lo sé, pero siempre será mejor que haber dejado escapar los que podrían ser de los mejores momentos de una vida. Si ya duele dejarla ir y hacerme a la idea de no verla, qué más da cuándo sea el final si el guión ya está escrito.

Me veo sentado en mi trono y una a una cada palabra de mi alma corre para hacerse libre allá donde el corazón siempre tiene el sentido de ser y domina sobre la razón, la aguafiestas de la vida.

-¡Para ti es fácil decirlo! –Le increpo al viento una afirmación que nadie más que yo escucha, con la mirada puesta en el firmamento y el dedo índice en alto, lleno del silencio de sus besos.

-Tú no has tenido que decirle adiós, tú no has estado media noche sentado a oscuras en los escalones de su portal, tú no has tenido que dejarla ir, tú no te has mordido el labio para no decirle: quiero quedarme junto a ti.

El silencio se apodera de la noche. Mi trono se desvanece ante mis ojos, son escalones de una calle, nada más. No puedo hablar con la luna ni tampoco mi reina me puede escuchar. No hay consuelo para este desterrado que se ha quedado con dos manos y nada que acariciar.

“No olvidaré esta noche, tampoco las que pasaron, ni siquiera olvidaré esas noches que nunca llegaron”.

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