domingo, 12 de diciembre de 2010

Habitación 212

Parte 3 de 3


-¿Puedo preguntarte yo a ti ahora? –La que empezó siendo al inicio de la noche una persona agresiva y a la defensiva, había terminado por convertirse en la persona más dulce de este planeta. Con aquella sonrisa podría haber conquistado el mundo o incluso mi oxidado corazón.

-¡Claro que puedes! Es mucho más agradable esta conversación cuando me preguntas, quieres saber de mí, tienes curiosidad y eso significa que has dejado de ser ajena.

-¿Por qué? –Me preguntó volviendo a atacar con aquella cara de niña buena.

En aquel momento me di cuenta que ahora nos habíamos intercambiado los papeles.

-¿Por qué a qué? –Jugué unos instantes con la situación.

-Sabes muy bien lo que pregunto. ¿Por qué querías saber? ¿Por qué necesitabas esto?

La pregunta era obvia y clara, ella también tenía preguntas sobre mi interés. Durante unos instantes puse en orden mis ideas. Hasta a aquel momento no me lo había planteado abiertamente, tan solo me había dejado llevar por mi curiosidad.

-Necesitaba conocer la versión que nunca se escucha, y no me refiero a esa que sale en callejeros, necesitaba que alguien que lo vive realmente me lo contara, me lo relatara y así poder vivir y sentir lo mismo. Necesitaba olvidar la imagen que siempre se tiene de este mundo, quizás incluso conocer gente que se siente digna por hacer lo que hace, conocer a alguien que es libre y se siente así de verdad.

Con la última frase agachó la cabeza y se quedó durante un momento pensativa.

-Antes –arrancó la frase con tranquilidad y parsimonia- al principio de la noche cuando me preguntaste por primera vez… no te dije toda la verdad. No me siento orgullosa de lo que hago, quizás por la educación que recibimos desde pequeños en la que se excluye este tipo de vida por amoral o inmoral, o quizás porque sea algo que de verdad nos repudia en nuestro interior independientemente de la educación… son cosas que me he planteado muchas veces. Pero sí es cierto que pese a que cambiaría mi profesión, no me siento que haga algo malo, no me siento como si fuese una delincuente. Todos los trabajos son dignos ¿verdad? O al menos eso dicen. –Me pregunta poniendo cara de cómplice- Me levanto por las mañanas sabiendo que podía haber elegido otro camino, pero que mis decisiones son mías y de nadie más.

-¿Cómo llegaste a este punto?

-La necesidad apretó mucho, no es que no tuviera alternativas, las tuve, quizás no las aproveché bien, quizás no supe jugar bien mis cartas. Lo que está claro es que no se llega un día y dices: “hoy voy a cobrar por mi cuerpo”. Es un proceso más ambiguo menos rotundo, un día lo ves y te sorprende, otro lo planteas en tu mente y te pones en su situación, otro empiezas a estudiarlo y un día te das cuenta que lo eres.

-¿No te sientes mal por hacer esto? ¿No has llegado un día y has pensado que lo dejas, que no merece la pena?

-Al principio no fue fácil, la primera vez es casi un infierno. Quitarte la ropa no es quitarte una prenda que cubre tu cuerpo, es quitarte una armadura que hasta ese momento estaba defendiéndote de algo desconocido y atroz. Dejar que te toquen y que te besen e intentar que no se vea en tu cara el malestar, es casi un imposible. Te duele cada beso como si fuesen pellizcos. Aquella noche no lloré, me resultó muy difícil pero no lloré, eso sí me pasé en la ducha varias horas, no conseguía quitarme esa sensación incómoda de estar sucia.

-Sinceramente, ¿cómo has conseguido seguir? Si tan mal lo has pasado ¿cómo pudiste seguir haciéndolo?

-A partir de la primera vez las demás, con pocas excepciones, siempre es igual, son repeticiones. Te acostumbras a todo y esta profesión es igual. Además tengo la suerte de haber creado una clientela fija.

No estoy mal y me defiendo en varios idiomas, en poco tiempo me acostumbré a estar con unos clientes determinados, los que mejor me trataban y por qué no, también elegir a alguno atractivo. Eso me da libertad para verlos como amigos con derechos, amigos que los veo de cuando en cuando.

-Sin embargo yo no estoy entre tus clientes.

-Conocerte fue diferente, muy pocas veces faltan a la cita los clientes, y esta fue una de ellas. Que estuvieras allí y que intentaras ligar conmigo fue una de esas casualidades de la vida.

-No intentaba ligar contigo, fuiste tú la que me entraste.

-¿Perdona? –Me preguntaba indignada sin dejar su risa.- Que yo sepa no soy yo la que se puso a hacer ojitos en mitad del bar…

Había abandonado ya su nerviosismo hacía buen rato para adoptar ese ambiente de amistad y complicidad, y con la tranquilidad que ya la caracterizaba, se levantó de la cama y se dirigió a la ventana de la habitación. Era de madrugada y no paraba de caer agua-nieve. A pesar de que la ventana daba a un paso de servicio cerrado por un alto muro, se quedó mirando a través del cristal un buen rato. Aunque quizás no miraba por él, sino que miraba su propia imagen.

-Algunas veces tengo miedo, -me confesó apenas sin inmutar su mirada que seguía perenne en el cristal- miedo de conocer a alguien, que me guste estar con él, que me vuelva a enamorar sentir ese fuego, pero que cuando llegase el momento, no fuese capaz de sentirle, ni a él ni a sus besos, darme cuenta que debido a este trabajo hubiese perdido la capacidad de sentir y eso me aterra.

No sé muy bien por qué, o mejor dicho, no tengo ni idea de por qué me levante de la cama, me acerqué a ella, le retiré su suave y rubio pelo y deslicé mi dedo con toda la parsimonia de la que fui capaz de armarme desde su cuello hasta donde la espalda empezaba a perder su nombre, justo hasta donde su vestido me imponía el final. Noté como el bello de su brazo se erizaba, y como su mirada buscaba una explicación en el frío vidrio de la ventana.

-¿Lo has sentido, verdad?

Me asintió con una sonrisa.

-Si has sentido esto, puedes sentir mucho más.


Con la luz suave del cielo encapotado de Bilbao me desperté aquella mañana. Como si fuese parte de la noche anterior, ahí estaba ella mirando por la ventana, con ese vestido azul oscuro apropiándose de sus curvas que volvían a marcarse en la habitación, esta vez con la luz del día y no con la tenue luz de la noche.

Se separó de la ventana con la misma energía de una quinceañera y se sentó a mi lado.

-Muchas noches han sido las que me he quitado la ropa por culpa de este trabajo, pero esta noche ha sido la primera vez que me he desnudado sin necesidad de quitarme el vestido, y no sé si darte un guantazo por esos malos ratos que a veces me has hecho pasar, o darte las gracias por enseñarme que cuando lo necesite puedo volver a sentir.

La confesión me dejó petrificado en la cama y mi respuesta salió desde muy adentro:

-Yo prefiero que me des un beso, así me darás el regalo por lo bueno que hayas podido sacar de mí esta noche y también me darás el castigo para que siempre lleve conmigo el recuerdo de tus labios.

Se acercó a mí y con la mayor de las delicadezas me dio mi ajusticiamiento: un beso, de esos que los recuerdas de por vida, no por lo que duró, ni por lo que sus labios me regalaron, sino por el fuego que me prendió en el pecho.


3 comentarios:

  1. Detrás de una vida siempre hay una historia. Aunque a veces nos dejemos dominar por los prejuicios de ciertas formas de vida y no nos paremos a preguntarnos porqué.

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  2. Esos malditos prejuicios. Supongo que alguna vez seremos capaces de ver las cosas como son y no como se visten.

    Me alegra que la longitud del texto no te haya quitado las ganas de leerlo!! Es siempre de agradecer!

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  3. que nunca se borre la sensacion del calor interno con la exclamacion de un simple beso..!noche de agua-nieve.Interesante.

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