domingo, 12 de diciembre de 2010

Habitación 212

Parte 2 de 3


Durante unos minutos permanecimos en silencio, el uno al lado del otro, como dos columnas enfrentadas que únicamente pueden verse y desear tocarse.

Al igual que los números en el despertador digital de la mesita de noche, su rostro fue mutando por momentos. La ira mostrada tan solo unos minutos antes, se fue convirtiendo en indiferencia, más tarde en una mirada fría que buscaba calor en alguna parte de mi pasividad y finalmente desembocó en un callejón sin salida.

Me levanté del sillón y me senté a su lado.

-¿Para qué me has traído aquí? –me preguntó con desaliento y pena.

-No para lo que estás acostumbrada.

-No te entiendo ¿Eres de esos que buscan tan solo un abrazo, de los que les gusta que lo escuchen o que lo miren mientras se divierte?

-No, no soy de esos.

-Pues me vas a tener que pagar igual quieras lo que quieras.

-No lo he dudado en ningún momento.

-Pero entonces ¿qué quieres de mí?

-Quiero que me enseñes.

-¿Que te enseñe? –Aquella pregunta le sorprendió tanto como gracia le hizo y durante un rato no paró de reír- Pero, que te enseñe a ¿qué? ¿Como si esto fuese el Kamasutra?

-No me refiero a eso, me refiero a que me enseñes tu vida.

-¿Mi vida? –Me preguntó abandonando por completo su risa y encendiendo una luz en sus ojos que me clavaba en el alma esperando una respuesta que le devolviera la alegría que un día perdió- ¿Qué tiene de especial mi vida?

-Todos tenemos algo especial, algo que nos hace únicos o al menos diferentes.

-Me hablas como si fuese una niña de 8 años a la que intentas hacer que se sienta especial. –Me comentaba con una sonrisa dulce que le animaba la cara y que por un instante la convertía en esa niña de 8 años.

-¿Y por qué no? Todos tenemos derecho a ser especiales.

-Yo no tengo nada de especial, soy como el resto del mundo. –Me respondía con un hilo de voz, pero sin perder la sonrisa, aunque ahora tornaba más a una mueca.

-¿A parte de tu trabajo, estudias o haces algo más?

-Estudié empresariales aquí en Bilbao.

-¿Y la acabaste?

-No, lo dejé a la mitad.

-¿Por qué?

-Me quedé embarazada y junto con mis problemas familiares, pues… estudiar se convirtió en un capricho.

-¿Había muchos problemas en tu casa?

-Pregúntame mejor que problemas no había. Mi padre nos pegaba a mi madre y a mí. Ninguna denunciamos nunca por miedo y mi madre ahogaba las penas con Jack, Cuttie y toda bebida que le pudiera desinhibir de la realidad.

-Entiendo –fue la única palabra que conseguí escupir-. Pero estabas embarazada ¿tus padres no te ayudaron o al menos tu madre?

-El día que mi padre se enteró que estaba embarazada, decidió que era una mala idea y me pegó una paliza, entre otras cosas para poder ahorrarse una clínica de aborto.

-Pero ¿y tu madre? Puedo entender el miedo, pero su hija necesitaba ayuda.

-Mi madre… -exhaló aquellas dos palabras como el moribundo a punto de morir, como si recordase con pena algo que había olvidado por completo. Gracias a dios no llegué a perder el bebé y en cuanto me pude poner de pie le dije a mi madre que me marchaba, que se viniera conmigo y que lo dejara, que podríamos salir adelante las dos juntas junto con Alejandro, mi novio…Borracha como casi siempre me dijo que de su casa no se iba y que era una puta por agradecerle así a mi padre, yéndome de casa, el que me hubiera mantenido durante toda mi vida.

-Ahora tengo miedo de preguntarte por tu novio, pero supongo que tampoco recibiste ayuda de él.

-Esperaba poder irme con él al menos, -iniciaba asintiendo con la cabeza- pero en cuanto supo que estaba embarazada no quiso saber nada de mí. La cosa se ponía complicada –me comentaba mientras sonreía igual que el que recuerda cómo perdió el autobús- me dio un poco de dinero que tenía para que abortase y me fuese lejos de él. Siempre he pensado que aquel dinero era la primera paga por mis “servicios”.

-¿No tenías a otros familiares a los que recurrir?

-No, a nadie, en mi familia siempre fuimos 3.

-No tuvo que ser fácil salir adelante. Embarazada, sin pareja ni familia y sin ningún sitio a donde recurrir.

-Pero no fue por eso por lo que entré en este mundo. –Me respondió como intentando adelantarse a mi frase- Yo elegí esta vida, para bien o para mal, fue mi decisión.

-Lo dices como si no te arrepintieses de nada. ¿No cambiarías nada de estos años?

-Si pudiera cambiar algo… cambiaría esos zapatos que me compré no hace mucho y me destrozaron los pies, –comentaba ente risas- cambiaría las últimas palabras que le dije a mi madre, cambiaría aquel novio, cambiaría el día que le dije a mi padre que estaba embarazada, cambiaría el día en que solté uno de los cuchillos de cocina en vez de clavárselo a mi padre.

-¿Pensaste en matar a tu padre?

-Como muchas y muchos que han sufrido el maltrato pensé muchas cosas, y no es que pensara en matarlo, o quizás sí, no lo sé, lo que quería era que no me pegara salir de aquel infierno, aunque hoy me doy cuenta que aquello hubiera solucionado muy poco.

-¿Y qué no cambiarías?

-A mi niña Izar. –Y en aquel mismo instante; no cuando recordó las palizas de su padre, ni cuando su madre renegó de ella o su novio la repudió, ni cuando se escapó de su casa, ni tampoco cuando se quedó sola delante del mundo. Fue en aquel preciso instante al hablar de su hija cuando sus penas gotearon coloreando las sábanas.

Al principio intenté consolarla, no puedo ver a nadie llorar, es un problema de empatía… sin embargo cuando vi que recurría de nuevo a su bolso y sacaba la foto de su hija, comprendí que lloraba de emoción, no de pena.

Me enseñó y presentó a su hija como si estuviese allí mismo: esta es mi niña Izar, Izar David, David Izar.

-Encantado -Respondí.

Se quedó mirando la foto detenidamente, e incluso las penas que arrastraban el color del rimmel parecían cesar con aquella mirada.

-¿Piensas que soy una mala madre? –Me preguntó con la mayor de las transparencias, quizás porque esperaba lo mismo de mi respuesta.

De repente sentí como si fuese una pregunta que llevase mucho tiempo haciéndose, una pregunta que la tenía en amargura y que necesitaba formular a alguien para salir de dudas de una vez por todas.

-Tu hija es una niña con suerte.

-¿Y eso?-Me preguntó extrañada.

-Tiene a una madre que lo daría todo por ella.

Y de repente mis problemas de empatía empeoraron…

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